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Critica constructiva para Silvestre Dangond

Por Julio Oñate

Normalmente las grandes figuras del espectáculo llegan al escenario con un programa elaborado con antelación acorde al evento a realizarse y al momento que vive el auditorio.

El sábado anterior en la preciosa fiesta de matrimonio de una distinguida pareja de nuestra sociedad en el Club Valledupar, Silvestre Dangond comenzó su brillante presentación con la canción “Cantinero”, una de las buenas obras de Rolando Ochoa, muy exitosa por cierto, pero que no era el tema indicado en ese momento, en que los recién casados se juraban amor eterno, henchidos de amor y plenos del más puro y tierno sentimiento, de unos bonitos amores sellados unos minutos antes frente al altar. “Cantinero” es una radiografía del hombre escalabrao sentimentalmente por causa de un desamor y que si llega a competir en unas olimpiadas del despecho quizás estaría peleando por el primer lugar.

Una de las características que le amplia el espectro al vallenato es la improvisación, y si existía ya un repertorio preconcebido para el espectáculo, sencillamente era ubicarse en el momento y abrir entonces con un canto de corte amoroso, de esos que Silvestre canta desde pelao y que todos los corean. Ya tengo tus besos ya soy feliz, (Los Novios – Freddy Molina), mírame fijamente hasta cegarme (Mírame – Tobías Pumarejo). Existen dos corazones que son dos rosas de pureza y de fragancia natural (Dos Rosas – Freddy Molina), bésame todos los días, hasta la hora de la muerte (Confidencia – Gustavo Gutiérrez), o cualquier otra canción enaltecedora del amor, de esas que abundan en nuestro cofre musical.

Es esta una situación que podemos trasladar a escenarios diferentes y veríamos que no es nada acertado iniciar una fiesta de quinceañera con “El Viejo” de Beto Murgas, ay quita la mano viejo, dejate e’ vaina viejo, o en un concierto conciliador que clame por la paz arrancar con “La gota Fría”, me lleva el me lo llevo yo. Nada grato seria para el Presidente de la República que en una gala en su homenaje le arremacharan al comienzo el paseo “El M-19” de Sergio Moya o en un congreso de Médicos, en la fiesta de clausura les arbolearan “La Muerte Viene a Caballo” de Enrique Díaz o que en una visita del Sumo Pontífice a Colombia lo recibieran con “La Custodia de Badillo” o “Los Altares de Valencia” (Calixto Ochoa). Sencillamente es darle manejo a la situación y así salir siempre airoso.

Pienso que le corresponde a Carlos Bloom, un manager ecuánime y curtido en este campo darle una mano a Silvestre en casos similares pues si bien es cierto que detalles como este no le quitan brillo a nuestra rutilante estrella del vallenato, el corregirlos si le da mayor solidez a su dimensión artística.

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