“Él es también la cabeza del cuerpo que es la iglesia…” Colosenses 1,18
En estos tiempos de anarquía y confusión, cuando nadie quiere someterse a ninguna autoridad y cada uno hace lo que bien le parece, es de suma importancia meditar acerca de la plenitud de la presencia de Dios en nuestras vidas y nuestra responsabilidad de someternos a la supervisión de nuestra cabeza, que es Cristo.
A la iglesia universal de Cristo, como su cuerpo, se nos dio a Cristo como cabeza. Él es nuestro supervisor y director, el cerebro de nuestra operación de vida. Ser “cabeza” se refiere a su derecho de administrar y dirigir los asuntos de todo su cuerpo, que es la iglesia. Pero, también incluye el liderazgo personal sobre cada miembro de su cuerpo. Así, nuestra cabeza, está comprometida con el desarrollo y bienestar de cada uno de nosotros, su cuerpo, la iglesia.
Como resultado de malas experiencias, tenemos la tendencia a rechazar cualquier asomo de autoridad. Pensamos que toda autoridad es indiferente, insensible y dictatorial. Tal vez, por eso mismo, se nos dificulta confiar en Jesús como nuestro Señor y Salvador personal.
La resistencia de aceptar a Jesús como nuestra cabeza se manifiesta en la manera en que encaramos la vida. Sentimos temor de traer ante su presencia nuestras angustias y problemas por la sospecha de que no será capaz de dirigir nuestras decisiones.
Amados amigos: la cabeza es el centro de mando, de poder y reflexión, tiene la potestad de controlar el cuerpo. Por lo que, está comprometida con mejorar las condiciones del cuerpo y superar cada dificultad. Percibe aquellas cosas que pueden dañar el cuerpo y las evita, brinda la protección requerida. Diseña e inventa programas para atender las necesidades del cuerpo, está atento a cada detalle que no funcione conforme al diseño original. El mensaje central es que Cristo es la cabeza de su cuerpo, la iglesia y como tal, siempre estará con nosotros sin importar donde vayamos. Siempre está presente y disponible para todo aquel que registra su proximidad.
Hay que reconocer que Cristo es nuestra cabeza. Lo cual, en sentido práctico significa más que una simple comunicación casual o dominguera. Confiar en Jesús como nuestra cabeza, es depender de su supervisión en todo lo que hagamos. Es asumir la responsabilidad del sometimiento a sus preceptos. Es aceptar la autoridad suprema y final de su Palabra. Es advertir la autoridad eclesial de sus ministros. Es saber que un día estaremos ante su trono celestial y allí tendremos que rendir cuentas de todo lo que nos fue confiado.
Aceptemos a Cristo como nuestra cabeza y sometámonos a su dirección para obtener beneficios saludables como miembros de su cuerpo.
Un abrazo cariñoso a todos los que comparten conmigo el gozo de ser miembros los unos de los otros.
Por Valerio Mejía