El viernes 30 de julio de 1993, hace 30 años, fue asesinado en su natal Curumaní el líder regional más carismático y reconocido de su generación. Es referente de coherencia en la lucha política.
Los hitos que surcan la vida de los pueblos están definidos regularmente por hechos que perviven en la memoria y definen pasajes de emociones de varias generaciones; la dimensión que tiene la violencia, como partera de nuestra suerte, hace del magnicidio de Cristian Moreno Pallares un punto de quiebre en la historia política reciente de las regiones del departamento del Cesar.
Fue la pasión por su tierra y la vocación congénita por la política, la razón para asomar precozmente en las lides electorales cuando aún cursaba sus estudios de ingeniería en la universidad INNCA en Bogotá; sin dudarlo, a inicios de los años 70 se alistó en el equipo de Jota Emilio Valderrama, el Tigrillo Noriega y otros connotados dirigentes del llamado progresismo conservador de la época. Se eligió diputado del departamento con Alfonso Campo Soto, y desde entonces, por cuenta de su espontánea empatía y actitud para hacer amigos, se conectó con singular confianza en círculos de familias encumbradas y humildes de las poblaciones del departamento que solía visitar con frecuencia.
La nobel experiencia de sus desencuentros con la clase política en Valledupar lo inspiró a construir su propia apuesta política: el Movimiento de Integración Regional –MIR- expresión organizativa que incubó una cantera de jóvenes y veteranos también, que desde los rincones del sur y centro del departamento enarbolaron las banderas de reivindicación del poder ciudadano para demandar derechos y oportunidades por los territorios excluidos para entonces, por el centralismo y nepotismo de la dirigencia política de la capital del Cesar.
Consolidado su propio músculo político, animó a sus discípulos en diferentes municipios a la primera experiencia de elección popular de alcaldes, haciéndolo desde su “Curumaní del alma”, donde organiza la gerencia pública, optimiza, proyecta y expande la infraestructura de los servicios de acueducto y alcantarillado, y adelanta la revolución educativa que hizo escuelas con docentes en una centena de veredas, incluidas las de municipios vecinos.
Visionario siempre, se anticipó a los esquemas asociativos cuando promovió la Asociación de Municipios Mineros del centro del Cesar, Asomineros; transformó el centro de salud en un hospital y fue pionero de los festivales folclóricos y culturales como tribunas locales del arte y la cultura. Sus éxitos en la Alcaldía lo potenciaron para ser después secretario de Desarrollo del departamento, donde desplegó un plan de apoyo a productores y campesinos que se integraron en oportunidades activadas por su gestión.
El criminal acto del ELN que lo asesinó en la puerta de la casa en Curumaní mientras adelantaba la campaña para su ascenso a la Cámara de Representantes cambió la vida de esa región y aplazó el sueño de varias generaciones por alcanzar un espacio de poder con legitimidad y valor por el territorio y su gente. Hoy, después de tres décadas de su execrable crimen, subyace en la memoria y el sentimiento de muchos que le conocieron; ha trascendido su obra, que no son pocos los de su región y el mismo entorno de Valledupar que sin encontrarlo en su camino cronológico lo refieren de inmarcesible fuente de inspiración.