A eso de las seis de la mañana o un poquito antes, entre oscuro y claro, costumbres vernáculas de nuestros pueblos, llegué donde unas amigas villanueveras a tomarme un rico tinto y después de timbrar fuertemente como si la casa fuera mía, me abrió una de ellas, la mayor, y en forma tajante y altanera me desayunó con un “nojoda vas a reventar el timbre, cualquiera cree que eres el dueño o mí marido, entra y espera que te haga el tinto, porque el termito de viejo sacó la mano, ya no sirve, como tú y esa es una buena vaina, pues me da pena servir un café frío como nariz de perro y he optado hacerlo cada vez que alguien llegue, porque además, dicen los entendidos, es más sabroso, se aprecia mejor su aroma y es mucho más rico”. Así es le dije, así es le dije y considero una pretensión ese método, porque si te llegan 10 visitas, son 10 veces que tienes que hacerlo y eso es cansón, que de un tajo se elimina con un buen termo Imusa; esperé el cafecito, estaba delicioso, lo enfrié y con un buñuelito de queso que le agregaron lo despaché y de ahí a las ocho fui directamente a Galería y compré el termo azul, a pesar de que a ellas les gusta el rojo, porque son cachiporras, para reemplazar al que le había regalado hacia más de 10 años Jesús Daza López, el inolvidable “Chú” y en la tarde lo llevé y de la boca pa fuera me dijeron que les daba pena, que para que me había puesto a eso, que me dejara de esas vainas y como estaba de carrera les prometí otra visita madrugadora y así fue, al día siguiente timbré más fuerte y varias veces y cuando me abrieron lo hicieron, la una, la mayor con el “parecito” en la mano con un café que hervía y la otra con un platico con una arepuela, al probar el café me suasó la boca y me serví el tinto en el platico y lo soplé y se enfrió rápidamente y así me lo tomé con rapidez, otras veces le echo hielo y cuando tengo tiempo lo dejo enfriar por un largo rato, porque me gustan más las bebidas frías que caliente, incluyendo el tinto y el peto.
La servida en la tacita me hizo recordar una anécdota del Doctor José Antonio Murgas cuando fue Ministro del Trabajo en el gobierno de Misael Pastrana Borrero, que en un Consejo de Ministros sirvieron en tasas de café con leche, un tinto casi que en punto de evaporación, por lo caliente y Toño, el querido y apreciado de todos, no tuvo ningún reparo en servirse en el plato y soplarlo para enfriarlo y cuando el señor Presidente extrañado le preguntó que qué era eso, le respondió sonriente, que era una costumbre vernácula de su pueblo, que los practicaban los que tenían la boca delicada para no quemarse, pues había unos “bocas de horno” que se tomaban de un solo sorbo un tinto aunque estuviera hirviendo.
A la vuelta de varios días y en el mismo escenario sirvieron un tinto que con solo tocar la tasa por fuera quemaba la mano, figúrense la boca, y el señor Presidente al ver que nadie arrancaba a tomárselo porque estaba de afán, dijo con voz solemne pero agradable: bueno, señores Ministros, practiquemos las costumbres vernáculas de San Diego, un bellísimo pueblo cerquita a Valledupar, de donde es oriundo el Ministro Murgas, porque estamos de afán, no hay tiempo que perder y al fin y al cabo esas costumbres se imponen y como una orden, todos enfriaron el café en el plato y echándole fresco con la boca.