“Oísteis que fue dicho… Pero yo os digo…” San Mateo 5,38. Todas las iglesias, denominaciones y grupos religiosos tienen una hoja de ruta que orienta en lo espiritual y normativo; en cuanto a las creencias, allí se establece lo que se debe aceptar como verdad absoluta o dogma de fe.
El problema consiste en que muchas veces dichas normas están por encima de las establecidas en las Sagradas Escrituras.
Las creencias crean convicciones, las convicciones producen acciones y la repetición de las acciones crea hábitos que se convierten en costumbres. Jesús enseñó que las costumbres cristianas deben ser consecuentes con el estado interior del corazón.
Aferrarse a costumbres externas que ya no se relacionan con el corazón es algo que no le agrada a Dios. Es nuestra realidad interna del corazón lo que debe modificar la situación de nuestro entorno, nunca al revés.
Jesús advirtió en contra de costumbres como la ira, la familia, los juramentos, la venganza, el amor, la confianza en Dios y un sinnúmero de otras costumbres; exhortó a que dejáramos atrás lo acostumbrado para tomar lo novedoso de sus palabras y nos acogiéramos a esa nueva perspectiva de la realidad.
La comunidad cristiana busca ensamblar la realidad del mundo circundante con los principios imperecederos de la verdad de Dios contenida en su palabra; en vez de permitir que sea esa verdad la que cambie el mundo alrededor.
En la época de Jesús, como ahora, las personas se resisten al cambio. Cuando nos resistimos a la necesidad de cambiar conforme a la instrucción de la Palabra, nos anquilosamos y detenemos nuestro crecimiento personal.
Además, al haber creído durante tanto tiempo una costumbre y ahora se aboga por una diferente, se piensa que se está cometiendo suicidio intelectual o violentando la fe personal.
Creo en el proceso de renovación y cambio. Creo en el compromiso con la sustancia de la fe, con la fidelidad hacia lo básico y fundamental. No creo que, la empaquetadura, la forma, lo externo, deba direccionar nuestras creencias y manera de vivir.
Es axiomático pensar que los cambios externos, de forma, no podrán producir transformaciones y renovación interna. Renovar las instituciones no renueva el espíritu. Las instituciones, como tales, sirven cuando son guiadas y dirigidas por el Espíritu Santo; pero cuando se alejan de Dios, deja de importar cuán buena sea la calidad de los programas; aferrados a lo antiguo y tradicional, aunque equivocado, no ayudará al propósito final de la extensión del Reino.
La invitación para hoy es a no depositar nuestra confianza en las costumbres cristianas por atractivas que parezcan, sino que fundamentemos nuestra fe y nuestras costumbres en la verdad absoluta de su Palabra. “Todo aquel que en él cree, no será defraudado”. ¡Dejémonos renovar por la presencia de Dios en nuestras costumbres y nuestra realidad de vida! Un abrazo fraterno en Cristo.