Cortísimo metraje
(Miniserie de ficción coleccionable / Fascículo3)
Por: Jarol Ferreira Acosta
“El infierno es una puerta cerrada cuando te estás muriendo de hambre por tu maldito arte”.
Bukowski
7. Por la puerta principal entraba y salía gente. Acosta aprovechó una interrupción no premeditada de su camarada para mirar alrededor. Casi todas las mesas estaban repletas, aunque solo en algunas reconoció el aire cansado de los presuntos compañeros de paseo. Un grupo de gente salía en plena algarabía mientras entraba una pareja que se sentó bajo una enramada, en una de las mesas pocas mesas disponibles. Estaban exhaustos, se miraban con un falso entusiasmo que el lenguaje corporal desaliñado desmentía sin darse cuenta. Afuera, la calle atacaba con el calor de la mañana y un megáfono voceaba la suspensión del servicio de agua a deudores morosos. El sol poderoso del trópico, sin horas falsas como tantas de esas adelantadas o atrasadas, aromatizaba el aire con una mezcla de incienso, cemento caliente, perfume de contrabando y boñiga seca.
8. La idea de hacer turismo local a Lucy le pareció una más de las irracionalidades del lugar, a las que se había resignado en el momento mismo en el que decidió venirse a vivir aquí con Ernesto, pero a las que sin embargo no se acostumbraba. No podía aceptar como racional el circo que la rodeaba y la hacía miembro activo. La más elaborada idea de la decadencia no aguantaba la presencia viva de su propio acto autodestructivo a treintaiséis grados centígrados a la sombra; un ajetreo embutido en cada tic del reloj y cambiado desordenadamente al tac siguiente. Tic: La Negra cruzaba a dos mesas de distancia mientras el doctor Calderón se llevaba el vaso de limonada a la boca y, en la mesa bajo la enramada que ocupaba la pareja de recién llegados al merendero en espera del bus que los llevará al inevitable paseo al Hostal Renacuajo, Lucy sacaba un pintalabios de su carterita de fique. Tac: La Negra desaparecía por la puerta de la cocina mientras la limonada bajaba por la faringe del doctor Calderón y el lápiz labial describía una curva nacarada sobre los labios de Lucy.
9. – Dos gaseosas- pidió Ernesto. -Y un vaso de agua- dijo Lucy- que no sea de la llave. – Estoy seco. – Yo también. -Que calor- dijo Ernesto. Cambiando el tono apoyó los codos sobre la mesa- Te ves cansada. -Anoche no dormí muy bien, y con la madrugada y ahora el asunto del bus… -Cuando lleguemos al hostal te dedicas a descansar hasta el cansancio- Como de costumbre Ernesto usaba una entonación especial para referirse a ella. Seguramente Lucy no descansaría bien en el paseo. -Mona- dijo Ernesto, agarrándole la mano- monita…
10. -¿Te conté que los muchachos del colegio querían venir a despedirnos? -Osea que les contaste a todos. -Literalmente no a todos, con el único que hablé fue con Cárdenas. Me lo encontré en sala de profesores, pero no te preocupes que es de confianza y también va a tomar el tour con nosotros. La señorita Bibiana, la del grado séptimo, le vendió el plan turístico a él. Parece que el plan lo vendían varias personas, me contaron.
Ernesto miró como los labios nácar, prominentes y sonreídos de Lucy, insinuaban en su interior los dientes blancos y alineados de una dentadura perfecta. Si les dieran una buena habitación al llegar al hostal, si Lucy pudiera disfrutar. Había tanto que construir, pero primero que todo era indispensable allanar el terreno, derribar el muro inexpugnable que ella a veces se empeñaba en cimentar entre los dos. Ernesto vio a Cárdenas entrando por la puerta principal del merendero y levantó su brazo, ingrávido. Cárdenas lo vio y se acercó. (Continúa).