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Cortísimo metraje

Hostal Renacuajo
(Miniserie de ficción coleccionable / Fascículo2)
Por Jarol Ferreira Acosta

“A medida que envejezco
percibo que la vida
tiene la boca en la cola”
Ferlinghetti

5. Era un merendero periférico, eran las nueve y diez de la mañana. Acosta mordió una arepa de queso y probó su jugo de zapote. No estaba muy frío.

-No hay como la limonada- dijo el doctor Calderón, levantando, a manera de brindis, su vaso-  Nada como el agua de limón fría para el calor. Fíjese en esa que acaba de entrar, no sé si alcanza a ver, hay mucha gente; esa que viene ahí ¿Compartirán paseo con nosotros muchachas así?
-No lo dude- dijo Acosta- la belleza aparece a veces en los lugares menos esperados.
-Yo ya pasé por la edad de las locuras pero una canita al aire no le hace mal a nadie.
-Ya veremos cuando lleguemos- dijo Acosta- Hablando de mujeres, ahí viene la mesera; si pudiera me la llevaría a ella.
-Otro jugo, Negra- pidió el doctor Calderón.
-Muy linda- dijo Acosta. No estaría mal que se sumara al paseo.
-Nada mal- dijo Calderón, expulsando un misil de arepa al pronunciarse.

Acosta pensó que con esas patillas y el pelo blanco, Calderón le recordaba a las estatuillas de personajes celebres. Usaba una impecable bata marfil que contrastaba con las instalaciones del hospital, donde prestaba sus servicios como médico general; favoreciendo con sus pintas y diagnósticos,  apodos que iban desde Chapatín hasta Momia. ¿A mí también me tendrán apodo?- pensó Acosta.

6. El doctor Calderón congeniaba con reservas con su colega y ahora compañero de viaje. En las juntas hospitalarias solía discrepar con las ridículas sugerencias que hacía Acosta, empeñado en volver a la curación con hierbas o al uso de la quiropráxis como tratamientos alternativos. Pero aparte de un poco excéntrico Acosta se conducía como un aliado, siempre votando a favor de la propuesta de entregar la distinción por labores cumplidas al doctor Calderón, quién acababa aceptando modestamente el diploma  gracias al apoyo del director y parte del cuerpo médico. Después de todo era bueno que Acosta hubiera tomado el plan turístico y no uno de los enfermeros de urgencias o el conductor de la ambulancia- pensó el doctor Calderón- con Acosta uno puede conversar, aunque a veces se le dé por un neoliberalismo ridículo, casi un izquierdismo camuflado; eso no puede consentirlo nadie. Pero en cambio le gustaban las mujeres y los gallos.

-Hasta que finalmente decidió tomar el plan- comentó Acosta.
-Tuve que aceptar, colega, usted sabe lo fastidiosa que es la señora Matilde ¿A usted también lo acosó con las cuotas?                                                                                          – A mí se me parqueó al pie durante trece turnos de veinticuatro horas- dijo Acosta- imposible respirar con semejante chinche.                                                                          -Claro que ahora le estoy agradecido, realmente necesitaba salir del hospital.
-Lo que todavía no entiendo es para que era que necesitaba que le comprara la boleta a este paseo a un hostal cualquiera.
– Nada de eso.
– Se supone- dijo Calderón- que la venta de este plan turístico de la oficina municipal de fomento al turismo local, en particular se destinaba a cierto personal por decirlo así, selecto; seguramente el ministerio apeló al uso de una nueva política para dinamizar el sector durante esta temporada de fin de año.  Una fuerza personalizada de ventas de los planes turísticos tipo catálogo para ayudar a hacer una buena selección de los grupos de viajes.
– Tal vez sea así- dijo Acosta- pero eso es muy difícil de controlar, sobre todo si el plan incluye la opción de acompañantes.
(Continúa).

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