La Constitucional arregló parte del engendro: el Presidente quería hacer del plebiscito un mecanismo de reforma constitucional, “jurídicamente vinculante”, es decir, quería un referendo escondido. La Constitucional aclaró que los efectos del plebiscito “tienen un carácter exclusivamente político” y “no implican la incorporación de un texto normativo al ordenamiento jurídico”. Así, para que lo aprobado en La Habana modifique la Constitución y se convierta en leyes tendrían que realizarse los trámites pertinentes en el Congreso. Pero la corrección es inocua: Santos ya hizo aprobar a las malas el llamado “acto legislativo para la paz” para introducir lo pactado considerándolo parte del bloque de constitucionalidad. Ahora la Corte tendrá que ser muy cuidadosa. Si en el plebiscito había trampas peligrosas, el “acto legislativo” es un campo minado con toda clase de barbaridades que sustituyen la Constitución y cercenan de manera grave la democracia.
La Corte también dio un paso adelante al decir que el plebiscito “no es someter a refrendación el contenido y alcance del derecho a la paz, sino solamente auscultar la voluntad del electorado sobre la decisión pública contenida en el Acuerdo Final”. No cabrá una pregunta tramposa del tipo “¿usted quiere o no la paz con las Farc?”.
Sin embargo, la decisión de la Corte tiene una decidida tendencia a favor del sí. Para empezar, aceptó que bastaba con un umbral de aprobación del 13 % del censo electoral, es decir, 4.514.802 votantes. Mucho menos de los 6.673.050 que votaron el referendo del 2003. Y mal contados, apenas cien mil más de los 4.397.090 que sufragaron hace 60 años en el plebiscito de 1957, entonces más del 90 % del electorado.
Después, la Corte decidió no darle valor a la abstención, contrariando su propia jurisprudencia. Los permanentes giros de posición prueban que la Corte está altamente politizada. Resulta evidente que los magistrados comparten el miedo de Santos de que el plebiscito se hundiera por falta de votantes.
Además, la Corte no se atrevió a establecer la financiación pública de las campañas. El Gobierno lleva meses haciendo propaganda a favor de los acuerdos. Si faltara algo, el Tribunal avaló que los funcionarios públicos hagan campaña. Es decir, al uso de los recursos públicos habrá que sumar el de la maquinaria burocrática. Y la presión presupuestal del Presidente y del Ministro de Hacienda a gobernadores y alcaldes. Al final, la decisión de la Corte hace que la mesa quede absolutamente desbalanceada a favor del sí.
Para rematar, la Corte ni siquiera estableció la obligación de que el plebiscito se realice con las Farc desmovilizadas y desarmadas. Si no basta la propaganda oficial, el fusil estará ahí para presionar a los escépticos.
¿Abstención o votar no? Hay que esperar el contenido del acuerdo final.
Por Rafael Nieto Loaiza