“… y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante”. Hebreos 12,1
De cara a los desafíos que nos presenta la vida, el autor de la carta a los hebreos, nos presenta una analogía con el desarrollo de una carrera, una maratón de varios kilómetros de recorrido.
De ahí, son varias las lecciones que podemos aprender, además del hecho que, no corremos solos, sino que tenemos alrededor una gran nube de testigos. Así se anima nuestro corazón en cuanto a la vida que tenemos por delante. Emprender solos el camino nos puede presentar contratiempos, hacernos pensar que es imposible avanzar y hacernos sentir impelidos a renunciar. Pero, cuando corremos en equipo, nos animamos porque el grupo genera más fuerza que el individuo.
Otra lección es que debemos correr livianos, con un mínimo de peso. Despojarnos de todo peso, implica desechar todo bagaje adicional, todo aquello que nos estorbe y entorpezca nuestro andar, aun cuando sean cosas licitas, pero que pueden agregar complicaciones a nuestro andar.
Correr con paciencia es una característica esencial. A nuestro alrededor vemos personas que emprenden metas y comienzan su carrera con fuego y pasión; en poco tiempo alcanzan logros poco frecuentes, nos deslumbran con lo atrevido de su recorrido; pero se cansan rápidamente, no pueden mantener el ritmo de la carrera.
Amados amigos: es necesario saber que la carrera de la vida es larga. No nos sintamos intimidados por otros que parecen avanzar mucho más que nosotros. El premio no es para los que hacen grandes despliegues de energía, sino para aquellos que mantienen el ritmo constante hasta llegar a la meta. El secreto de los grandes corredores consiste en saber distribuir sus fuerzas para usarlas en los momentos de mayor cansancio, saben que más adelante la energía que ahorraron la necesitarán para terminar la prueba.
Y por supuesto que, debemos correr con los ojos puestos en la meta. La manera de contrarrestar los difíciles momentos de la carrera y el deseo de abandono es mantener la imagen mental del glorioso momento de llegada y la subida al podio de los vencedores.
¡Todos somos corredores en la maratón de la vida! Es menester definir quiénes son nuestros compañeros de carrera; no podemos correr solos, los compañeros de mi equipo deben ser una parte íntima de mi vida. ¡Parte de nuestra riqueza está en caminar junto a otros!
Corramos livianos, decidiendo entre lo bueno y lo mejor y llevando solamente lo necesario para que no se convierta en un peso extra que nos estorbe en la carrera.
Despojémonos de todo enredo que nos pueda envolver sabiendo que los mayores problemas no son los externos, sino las maquinaciones y engaños de nuestro propio corazón.
Pero, sobre todo, corramos con paciencia. Los apurados no tienen tiempo para aprender las lecciones necesarias para el éxito. Libérese de la impaciencia, es mala consejera.
Y, por último, no se olvide de mantener sus ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe. Ese es el podio glorioso de los triunfadores, el lugar al que estamos llamados a subir. ¡Corra con paciencia!
Un abrazo cariñoso en Cristo…