“Les daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de ustedes”. Ezequiel 36,26
En las Escrituras, el corazón es considerado el centro profundo de la vida. La parte más recóndita de la personalidad humana, el centro de esas cualidades que nos hacen personas. Es quienes somos. El verdadero yo.
Desde adentro del corazón emerge nuestro egoísmo, odio, oscuros deseos y desesperación, lo que indica que algo está saliendo mal con la raza humana. Dios nos creó para que reflejáramos su gloria; pero, nosotros estamos arrasando con ese proyecto, al punto de enfrentarnos incluso con Dios mismo. Sabemos que no somos aquello para lo cual fuimos creados. Si dejáramos de desplazar la culpa y poner la responsabilidad en alguna otra parte, admitiríamos que el problema mayor radica en el corazón. Así que, el problema está dentro de nosotros. ¡Necesitamos una transformación, necesitamos un milagro!
Jesús de Nazaret fue sentenciado a muerte por un gobernador romano, actuando como autoridad civil de Jerusalén, fue clavado en una cruz por un puñado de soldados que estaban de turno y fue abandonado allí para morir. Murió alrededor de las tres de la tarde, murió porque tenía roto el corazón. Nadie le quitó la vida, Él la puso voluntariamente para rescate de muchos y para perdón y libertad de todos aquellos que le reciben en su corazón. Esta decisión nos introduce en el nuevo pacto de la ´gracia y es justamente allí donde Dios promete quitar de nosotros el corazón de piedra y darnos un nuevo corazón.
Fue mediante la resurrección que Jesús afirmó la promesa de darnos vida y vida en abundancia. Si fuimos salvos por su vida, descubriremos que sí podemos vivir de la forma en que Dios quiso que lo hiciéramos. Somos libres para hacer aquello para lo cual Dios nos creó. Tenemos una nueva vida, la vida de Cristo dentro de nosotros. ¡Tenemos un nuevo corazón!
Alrededor de 1400 a de C. en algún lugar del desierto de Sinaí una banda de esclavos asentó su campamento y en medio del campamento construyeron una tienda de piel de cabra con un diseño que Dios mismo les entregó. La habitación interior, llamado el lugar santísimo, contenía la presencia misma de Dios. Años después, cuando se establecieron en la tierra prometida y construyeron un templo mantuvieron ese lugar santísimo en donde la presencia de Dios habitaba; pero ahora, Dios ha decidido convertir nuestro pequeño corazón en su templo y él habita con todo el esplendor de su gloria dentro de nosotros y nos ha convertido en su lugar santísimo.
Algo dramático debe ocurrir en nuestros corazones para hacerlo un lugar apropiado para la habitación de un Dios santo. Esto implica darle nuestras vidas a Dios, cederle el trono de nuestro corazón y rendirnos completamente ante su majestad. Debemos renunciar a todas las formas en que nos hemos apartado de Dios y debemos abandonar los ídolos que hemos adorado y a los cuales les hemos entregado nuestro corazón. Debemos volvernos a él con humildad y pedirle que limpie y sane nuestro corazón y lo haga nuevo. Y él lo hace. Nos da un nuevo corazón y viene a habitar allí para siempre.
Ese nuevo pacto llevado a través de la obra de Cristo quiere decir que tenemos un corazón nuevo. Mis oraciones para que, puedas disfrutar cada día de ese nuevo corazón de donde fluye el amor, gozo, paz, armonía, donde su presencia habita. ¡Disfruta con libertad lo que Dios ha comprado para ti en la Cruz de Jesucristo!
Abrazos y bendiciones de su parte.
Valerio Mejía Araújo