El poeta Luis Mizar, inclinado meditaba como un monje, mientras su hermana Amelia le leía un poema de Constantino Kavafis: “Cuando te encuentres de camino a Ítaca, desea que sea largo el camino, lleno de aventuras, lleno de conocimientos…. a los Cíclopes, al fiero Poseidón no encontrarás, si no los llevas dentro de tu alma…”.
Un poema escogido por el poeta como terapia de reflexión para mantener el pensamiento en alto y enfrentar con fortaleza la adversidad.
Así encontré al poeta Mizar, en una clínica de Bogotá. Me acompañaban el periodista vallenato Eder Nicolás Araújo y el médico-radiólogo Eleuterio Atuesta Durán. Un efusivo abrazo fue el preámbulo para las reminiscencias de la infancia y los maestros formadores. La primera imagen es la de sus padres: Carlina Maestre Carrillo, descendiente de los indígenas kankuamos, bondadosa tejedora de mochilas y esperanzas.
Luis Mizar García, nativo de Saloa (Chimichagua), su apellido inicial era Misath, pero cuando lo reclutaron para el servicio militar (1940), un oficial del ejército lo registró como Mizar. Y así le expidieron la libreta militar, que fue el documento con que tramitó la cédula.
El poeta Mizar tiene en su memoria a Luis Mendoza Villalba el maestro que le enseñó a leer.
De la Escuela ‘Enrique Pupo Martínez’, recuerda a los docentes que motivaron su vocación por la lectura: Fidel Gutiérrez, Isabel Santana y Álvaro Parodi. En 1973 inicia su bachillerato en el Colegio Loperena, y de esa etapa sus profesores más recordados son Efraín Armenta, de matemáticas, y Pedro Daza, de lengua castellana. En 1978 recibe título de bachiller, y al año siguiente viaja a Cartagena, y en la Universidad del mismo nombre, empieza el programa de ingeniería civil y se vincula al Grupo Literario ‘El Candil’, dirigido por Felipe Santiago Colorado. La literatura termina ocupando todo su tiempo, y se olvida de los estudios de ingeniería.
En la revista ‘El Candil’ empieza a publicar poemas. Desde entonces fascina a sus lectores con la mariposa de los sueños erguidos, con la peineta azul que interrogaba la mano de la abuela y los árboles que han desmayado sus colores para padecer a las penumbras.
Regresa a Valledupar iluminado por los poemas de Saint-John Perse, Kavafis, Pessoa, Montejo, Borges, Machado, entre otros, y se convierte en el maestro renovador de la poesía en el Cesar. Su prolífica y novedosa obra es premiada en diversos concursos regionales, y en 1996 su poemario Psalmos Apócrifos es premiado en el Concurso Internacional ‘Carlos Castro Saavedra’, en Medellín. La crítica nacional lo exalta por la originalidad y agudeza metafórica. Posteriormente aparecen sus libros “Expresiones para el descalabro”, “Partitura en sepia para la maga”, “Bitácora del atisbador”, “Letanías del convaleciente” y “Brizna de la Nada Umbría”.
El poeta Mizar, convaleciente todavía, revela una serenidad y una paz interior; nombra a sus maestros y a sus seres queridos; disfruta la presencia de sus amigos, de las oraciones y de su otro Ángel de la Guarda, Amelia, su hermana. Su voz no conjura con una estocada de diatribas, porque los mentirosos y promeseros son innombrables.