Caminantes se les llama. Se ha vuelto costumbre caminar para protestar. Siempre he considerado que las marchas sociales son importantes siempre y cuando su finalidad sea lograr un gran impacto ante la opinión pública y al mismo tiempo se pueda conseguir su objetivo.
Mucho se ha dicho y analizado sobre la conveniencia y utilidad de las marchas. Hay quienes opinan que muchas de estas marchas aglutinan la repugnancia que genera la violencia indiscriminada. Para un observador con independencia, las marchas ciudadanas enmarcan innumerables sentimientos contra la anormalidad ciudadana.
Se marcha para que el inmenso aparato institucional entienda la necesidad de autopurificarse. Los venezolanos marchan hacia varios países, huyéndole a los atropellos y al hambre que impone el dictador Maduro. Marchan en Colombia los estudiantes pidiendo dinero para la educación pública. Se marcha para que el grupo de jóvenes que terminan su preparación académica tenga una oportunidad de demostrar sus capacidades y demostrar sus sueños.
Marchan los hondureños y guatemaltecos para escapar de la pobreza y la violencia. Se marcha en contra de la usura, de los abogados deshonestos, contra las EPS, para que el profesor enseñe, se marcha para que el Ejército y la Policía nos den seguridad. Se marcha para que el arquitecto y el ingeniero construyan con honradez, para que algunos funcionarios no soliciten el 10% ni el 20% de la contratación y finalmente, para que el comercio no altere los precios. En fin, sería innumerable el listado de ciudadanos que se expresan en las marchas.
En muchas de estas marchas se ha logrado el respaldo social. La de los estudiantes ha sido una petición justa y ha dado sus frutos: Dos billones de pesos han logrado.
Todo esto se puede resumir en la frase de dos pensadores: Fernando Savater, al afirmar que el predominio de la fuerza debe estar en manos del Estado para reprimir, represar o evitar las anomalías sociales, y el maestro Echandía, al término de la noche aciagas de la violencia, para que en Colombia se pueda volver a pensar de noche.
Y además, si usted está interesado que haya seguridad en la ciudad le sugiero a la Policía una alianza con la comunidad y la seguridad privada. ¿Quién arreglará el desorden de las motos? A ver si la Secretaría de Tránsito termina por educar a estos maleducados y comienza a imponer sanciones severas a esa indisciplina y desorden. Al mismo Secretario que motorice a sus agentes de tránsito. Sería bueno que la Policía dé a conocer la ubicación de los cuadrantes que hay en la ciudad y que dichos cuadrantes rindan cuenta no sólo a sus superiores sino a la comunidad.
La higiene en buen número de puestos de ventas de comidas ubicados en distintos sectores de la ciudad anda por el suelo. A estos negocios hay que meterlos en cintura y obligarlos a emplear las más mínimas normas sanitarias a fin de preservar la salud de los vallenatos.
Por Alberto Herazo Palmera