A pesar de tantas dificultades, el CPV hizo su fiesta. Sus actuales directivos, menos religiosos que los anteriores, que solo quieren misas y cadenas de oraciones a todas horas. Este año con acordeones, incluso una mujer cantando, Margarita Doria. Las distinciones y algunos premios no fueron merecidos. Viene la pregunta de siempre: ¿Qué fue lo que hicieron?
De eso nos encargaremos después. Hoy con la colaboración de expertos en modas y eventos, donde las cuchibarbies del oficio dieron sopa y seco a las juveniles, caso que antes de la pandemia era distinto. Casi todas con sus vestidos comprados a través de sus sobrinas por Internet, lucieron sus trapos.
Si tuviera que elegir la mejor vestida por sobriedad, detalles y colores, Nubia Rosa Mejía Parra, sería seria candidata; con altos salarios del Estado, lució un vestido entre caqui y fucsia comprado en Nueva York en la temporada pasada y se coló por redes que una de sus hermanas estrenó en una reciente fiesta en Bogotá, pero aquí en el Valle no se había filtrado el tema. Con los ajustes del caso, lo lució Nubia metiendo gato por liebre. Buen puntaje a la querida colega.
Liliana Vanegas, con rayas barcinas en su traje, nos hizo recordar aquellos tiempos de vaquería, algunos dicen que era una protesta de los ganaderos por tanto abigeato, que en el pueblo de sus mayores, Guacoche, fueron maestros en el asunto. Aclaro que su familia no estuvo en malos pasos.
Imposible no asustarse con el vestido de Yohomar Navarro, exMaravilla, debe ser por sus idas al campo que se fue cubierta de culebra total. ¡Joda!
Melitza Quintero, afrocaribeña, siempre cree que está en las fiestas del mar en Santa Marta, cada año se tira encima seis metros de tela, esta vez fue un azul ciénaga con zapatos azul petróleo, la sensación de la noche hasta que perdió un tacón y estuvo sentada la mitad de la fiesta, algo que sus rodillas agradecieron.
De Ludys no hay qué hablar, revisa cajones de su estancia en España, convence a sus colegas que es nuevecito, pero Manolo, su fiel compañero, la echa al agua. Igual estuvo algo elegantona. Viejito el vestido, pero no acabado. Las temporadas repiten.
Mi querida Damaris Rojas se fue de rayas estilo cebras, pero estas ya no están de moda, fue la primera en abandonar el escenario, sin pena ni gloria.
La presidenta María Elvira se echó encima cuatro metros de rojo sangretoro, con cintica beige juvenil que entretuvo la vista un rato, mientras que la capitana Griselda Gómez –soltera por tercera vez- no midió ni en largura, ni en precio ni en colores y con un bolsito de esas telas que usan para chaquetas los bogotanos se sobró la noche. Es justo reconocer que en su grupo etario fue la mejor, estuvo espectacular tanto en peinado, como en pinta y zapatos de dos posturas.
La jovencita Karolay Lucker, que mete mono con su apellido (antes era la Carpentier), se fue con un azul petrolero venezolano a su máxima expresión. Con zapatos incombinables gozó, bailó, como si el mundo solo fuera de ella. El azul siempre es elegante, le decían sus compañeras en voz muy bajita.
Muy regia estuvo la hermana, casi Sor, Yanitza Fontalvo, con una falda de su hermana médica y una blusita blanca de pureza, se notó las quincenas atrasadas de Emdupar. Igual ella siempre viste muy discreta desde los tiempos de Tuto alcalde.
Los ganadores varones fueron muy simples de vestuario. Destaco a Martín Mendoza en combinación aproximada a la moda; Deivis Caro parece que venía de alguna funeraria, mientras Juan Rincón Vanegas, con esa camisita a rayas de jugar billar pueblerino, no fue gran cosa.
Deben aconsejar a Juan los más cercanos, que deje la lloradera, incluso personas que no fueron de su misma condición social, gente que ya ni sus hijos recuerdan. Ya está bueno. Jorge Laporte, Sergio López, Miguelito Barrios, Edilberto Castillo y Jorge Luis Murgas fueron tranquilos con uniformes de Comfacesar, al menos, Jorge es empleado, los demás -presumo- pendientes de cuña 2022.
Tranquilidad sintieron muchos con sus parejas por la no presencia de Darwin Banderas, con su bailaito playero cree que la goza, mientras los novios y esposos se enojan con razón.
Sin embargo, vestido con sus atuendos (hablo de pantaloneta, camisa de flores y sombrero barato) Jonathan Vega, según él bien vestido, confundió un rato, igual quienes se comieron el cuento que el rey Villafañe estaba ahí, con su colita de cabello. Incluso no faltó quien dijera que no le dieran trago ni sonara el disco Pastor López golpe con golpe, ¡pero no era él! ¡Qué nervios!
El rey sin corona resultó siendo Alberto González, que hace sus pininos en Cardenal, en el Kínder de Aquiles Hernández, otro que le plancharon la misma guayaberita sobre la estufa. Aquiles exige a sus nuevos muchachos ser bilingües, una lengua ancestral indígena y español.
Qué pasó con Pablito Camargo, siempre elegante, esta vez con ropa fina pero casual se presentó como si fuera a visitar a un concejal. Qué pasó con Mildreth Zapata Rodríguez, tres empleos y tampoco mostró su casta. ¿Qué pasó con Karelys Rodríguez, dos veces ganadora y no quedó entre las finalistas este año?
Ya en traguitos, el excamarógrafo Isbel Ballesteros rompió su alquilada camisa, quedó vuelto trizas, mientras una muchachita de la nueva era, solo el viernes por la tarde, se acordó dónde vivía. ¡Qué pea!
Ni qué decir de Fernando Flores con pasos de mambo y Pachanga en pleno siglo XXI; no perdonó botella ni grupo, en cada una se encajaba uno. Tampoco así.
Quien recorrió mesa en mesa buscando “mujeres sufridas”, según ella, fue Ximenita Becerra, seleccionó un buen grupo e iba directo con las mismas preguntas: “¿Vee y todavía tu marido sigue saliendo con fulanita?”, “¿Y reconoció el hijo que tuvo con perengana?”. “¿Y todavía se pega esas borracheras locas de tienda en tienda?”. Mejor dicho, Rigoberta Menchú y la Malala le quedaron en pañales. En vez de estar preguntando la vida ajena, debe devolver ese vestido temprano a María Angélica, me dijo una de las afectadas mujeres sufridas…
Irina Fernández se fajó con pijama roja escarlata, previendo quizás que el Mono Zabaleta saliera al escenario así, como lo viene haciendo en los últimos conciertos.
Me impresionó mil la belleza natural de Elba Bonett, con ese vestido de pepitas comprado con dineros de UTL, se sobró, yo le puse el mayor puntaje, pero mis tres expertas le bajaron mucho, algo de envidia será. Lamentable no le alcanzó el puntaje.
Estefany Gámez, tan sencillita y tierna, se encajó de prisa un vestido de la esposa del representante Cristiancito Moreno Villamizar y muy a pesar que no era su talla, lo llevó como si nada. No parecen cosas de una niña actual y además se pasó de verde en los ojos, cualquiera pensaba que era un semáforo.
Si bien es cierto que el desempleo y la pandemia nos tienen en crisis, para esa fiestas deberían echarse encima lo mejorcito, ni un solo par de zapatos nuevos, pura suela ‘rastrillá’, con excepción de Margarita Saade.
Ni un solo bolso original, puro chimbos, ni para qué hablar de perfumes, solo una, que no nombraré, poseía uno caro, del excelente, las demás puras aguas de colonias de revistas, algunas tan suaves, mejor así. Otra fiesta será. Oremos con muchas cadenas de oración para el 2022, no queda más.
Edgardo Mendoza Guerra