Desde niño me he asombrado ante los misterios del universo: el origen del mundo, vidas más allá de la tierra, el cosmos en toda su hermosura e inmensidad, los astros y las plantas, la luna y las estrellas, tantos animales, los árboles y la vida en sí misma, la muerte, el alma, el ser, la nada, la verdad y la mentira. Pero entre tantos enigmas o misterios, hay uno que nos envuelve, nos atrapa, nos seduce y nos impulsa ?a caminar, a buscar, a vivir, misterio que no es fácil de comprender: ¿qué es el hombre o mejor quién soy yo, quien eres tú?, ¿de dónde venimos, hacia dónde vamos? ¿Hay vida más allá de la muerte? ¿Qué es la vida, qué es la muerte? ¿Por qué amamos que nos digan la verdad, pero a la vez optamos por decir mentira a los demás? ¿Por qué anhelamos que alguien nos ame en fidelidad y sin embargo, traicionamos con relativa facilidad al ser amado o al que decimos amar? ¿Por qué sabemos que algo es malo, queremos hacer el bien y es el mal el que nos sale de dentro?, son tantos los cuestionamientos, que este espacio resulta insuficiente?
Somos seres humanos, somos enigma y paradoja: misterio y contradicción para nosotros mismos; insuficientes para valernos por nosotros mismos del todo en ciertas circunstancias de la vida; débiles y heridos; inclinados al mal y al pecado; arropados por una oscuridad egocéntrica; capaces de hacer cosas atroces y terribles, al punto de parecer bestias, monstruos o demonios.
No obstante, poseemos, también, una capacidad misteriosa y única que nos llama a ir más allá de la maldad y a buscar con valentía la verdad, la belleza y el bien como luz que oriente nuestros pasos. Es preciso, reconocer que no nos bastamos a nosotros mismos.
Necesitamos a alguien, más que algo. Necesitamos a Dios. ¿Existe, acaso? Efectivamente, Dios existe, dado el caso de que no existiera, hasta necesitaríamos inventarlo, pero no es preciso hacerlo, porque Él nos ha hecho a nosotros a su imagen y semejanza. Somos seres humanos, ni ángeles ni demonios, ni animales ni plantas o minerales, somos a mi juicio “Paradoja y Misterio”.
Somos contradicción y asombro, enigma y ambigüedad, verdad e incertidumbre, que sólo a la luz de un MISTERIO más grande encuentra respuesta a su realidad: JESÚS DE NAZARET. Él nos revela que DIOS no se avergüenza de haber creado al ser humano. Dios nos sigue amando cada día como la primera vez y como nadie jamás lo podrá hacer, las montañas podrán moverse, los océanos secarse, los astros extinguirse, hasta la caja, guacharaca y acordeón podrán dejar de emitir sus notas musicales para entonar nuestras canciones vallenatas, pero el amor de Dios por nosotros nunca pasará, como diría la poética, memorable y sentida canción en la voz del gran Rafael Orozco:
Pero nunca se podrá apagar
la llama del amor que has prendido en mí
porque así de rodillas
como se adora Dios con ese gran amor
sólo te quiero yo.
Dios Padre en su Hijo Jesucristo a través del Espíritu Santo, no sólo nos cantó bellas letras de amor, sino que en la Cruz por nosotros dio la prueba más grande de amor. Él un día, en la eternidad nos hará completamente nuevos y ya no seremos ni Paradoja ni Misterio, sino “Coherencia y Luz” absoluta como Él por los siglos de los siglos. Amén.
Por Juan Carlos Mendoza