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Consuelo Araujonoguera, un viaje a ‘La Nevadita’ que terminó en la eternidad

En el sitio conocido como ‘La Nevadita’ perdió la vida hace 12 años Consuelo Araujonoguera, ‘La Cacica’, quien fue secuestrada por la Farc. Foto Edgar De la Hoz / EL PILÓN

Hace doce años Consuelo Inés Araujonoguera, ‘La Cacica’, no pudo regresar a cumplir sus sueños, porque al llegar a la zona de ‘La Nevadita’, allá en las estribaciones de la Sierra Nevada, su vida la apagaron a la fuerza.

Llegar a ese sitio nunca estuvo en los planes de la destacada líder política y cultural de la Costa Caribe Colombiana, porque cuando salió de Valledupar la mañana del lunes 24 de septiembre de 2001, simplemente quería rezarle a la Virgen de Las Mercedes, patrona del corregimiento de Patillal (Cesar). Esa era su mayor intención de ir al pueblo que siempre estuvo apegado a su corazón.

Iba ataviada con un conjunto color mandarina que tenía una costura con hilo azul oscuro, estilo safari; un collar guajiro, zapatos bajitos y llegó justo a la misa mayor de 10 de la mañana, sentándose en la nave izquierda de la iglesia. Durante la eucaristía, el sacerdote Enrique Luis Iceda habló de las bienaventuranzas y ella anotaba en una libreta.

Concluida la misa, ‘La Cacica’ se fue a desayunar a la casa de Eloisa ‘Icha’ Daza de Molina, quien la atendió con arepa e’ queso, chicharrón y café con leche.

Palmina Daza de Dangond, una de las presentes en el desayuno, relata esos instantes: “Consuelo llegó y enseguida le dijo a la dueña de la casa que le sirviera pronto porque estaba muerta del hambre. Le sirvieron, y entre broma y broma terminó de comer. 

Al cabo rato dijo que en el almuerzo quería sancocho de gallina, después salió a la casa de al lado, de su amigo Gustavo Molina, y se sentó debajo de la sombra de unos palos de caucho y entabló conversación con varias personas que le hicieron algunas peticiones”.

Entre las solicitudes estaba el de escribir el prólogo de un libro de poesías de la autoría de Tatiana Hinojosa Gutiérrez y Fernando Daza titulado ‘Columbario de sueños’, donar acordeones y crear una escuela de música, la ampliación de la iglesia e impulsar el Festival Tierra de Compositores, certamen folclórico local orgullo de los patillaleros.

Ella se comprometió con todo, sin saber que el tiempo no le alcanzaría, y esas sonrisas de satisfacción y de esperanza fueron las últimas que esbozó porque tenía los días contados sobre la tierra.

Casi al final de la tertulia parroquial, principalmente sobre música vallenata y del proyecto del Parque de la Leyenda Vallenata -su gran empeño- llegó Rafael Enrique Daza, conocido como ‘Chicho Mono’, quien le regaló una mochila hecha de bolsas plásticas.

Le gustó tanto, que guardó su tradicional mochila arhuaca que la identificó en toda Colombia y el exterior, y dijo que esa sería su compañera, donde guardaría sus más preciadas pertenencias.

Después del almuerzo se despidió, salió hacia Valledupar, y a los pocos minutos se encontró con un retén de las Farc. Ella pensó que era el Ejército Nacional y se identificó ante los ‘uniformados’.

Desde ese momento comenzó su calvario, desde el sitio conocido como La Vega Arriba. Seguidamente, fue internada con varios acompañantes por una trocha ancha y después angosta, para luego seguir por unos caminos cerrados que se pierden en medio de la inhóspita geografía.

En ese largo recorrido, se aprecia la dificultad para subir y el padecimiento que sufrieron todas las personas secuestradas.

El ascenso por las planicies serranas se hacía cada vez más difícil, se sentía mucho frío, pero de repente, apareció un hombre de unos 40 años arreando dos chivos, se le puso en contexto y surgió la pregunta del lugar donde murió la exministra de Cultura y de inmediato contestó: “Eso todavía está lejos, a más de dos horas, y les aconsejo que no lleguen porque es peligroso”.

Cuando se le indagó sobre si conocía sobre el hecho del secuestro y demás, lo negó de inmediato, pero dio una alternativa, que desviando un poco el camino alguien conocía la historia.

En ese momento, periodista y reportero gráfico, desistieron del intento de llegar a ‘La Nevadita’ y elevaron una plegaria por el eterno descanso de la mujer que luchó hasta el cansancio por darle gloria y honra a la auténtica música vallenata. 

Se demoró un buen rato en encontrar a la persona que sabía algo del hecho. Se llegó y no estaba, pero al poco tiempo apareció y dijo desconocerlo. Su mujer lo hizo quedar mal y habló.

“Esa señora pasó por aquí y no demoró mucho. Se notaba débil, nos sonrió y siguió montaña arriba”. Comentó que iban con ella como 10 personas y no quiso dar más detalles.

Después que ella contó, el campesino apuntó. “Lo que ella no dijo fue que cuando la señora, a la que llamaban Consuelo, iba a continuar el camino, se tropezó con una piedra y se cayó.

Se golpeó en una de las rodillas y botaba sangre. Mi señora salió a buscar un trapo, pero cuando se iba acercando la empujaron y le dijeron que se quedara quieta.

La señora secuestrada se veía mal, muy mal y ya casi no podía caminar. Se notaba que estaba sufriendo mucho y necesitaba atención. No la vi más, hasta que supe a los pocos días que había muerto allá arriba”, y señaló la parte más alta de la montaña.

Más adelante, le llega un nuevo recuerdo de ese momento. “Ella, no llevaba zapatos, los pies los tenía cubiertos con hojas de plátano, que para ella debía ser terrible”, y concluyó el relato diciendo que le regalaron a los inesperados visitantes dos panelas atanqueras.

Ya de regreso al vehículo que hizo el recorrido, donde había quedado el chofer, exactamente en el lugar donde se cierra la trocha, cerca de donde fue quemada la camioneta en la que se movilizaba la exministra de Cultura, resonaron las palabras de luz, una mujer que vive entre la carretera que de Valledupar conduce a Patillal y viceversa, exactamente en el lugar donde iniciaron los cinco días del viacrucis, con la ‘pesca milagrosa’ -de moda en aquella época-.

“Eso fue horrible, algo nunca visto por acá. Nadie pensó en un secuestro masivo, pero eso fue como a las tres y media de la tarde y lo hicieron unos hombres que llegaron cinco horas antes. Nadie notó que eran de las Farc, como se supo después por las noticias, porque el día de la fiesta patronal en Patillal hay mucha congestión de vehículos en esta zona. Cuando vimos fue que paraban los carros, entre ellos, donde venía la señora Consuelo. 

Los subieron por la trocha y se esperaba que todo terminara bien, pero ella regresó muerta”. Quedó pensativa y recalcó: “Gracias a Dios, esto por acá se ha calmado”.

Cerca de la eternidad

La llegada al cielo le quedó cerca de Consuelo Araujonoguera porque ‘La Nevadita’, un paraje ubicado a más de cuatro mil metros sobre el nivel del mar, donde el frío azota y la naturaleza domina todo el panorama.

Además, con el paso de los días del secuestro, ella iba encomendándose a Dios y escribió varias notas, entre ellas una plegaria: “Jesús, hijo de David, ten compasión de nosotros que somos pecadores”.

En las últimas horas que le quedaban de vida, cuenta su compañera de cautiverio Luz Estela Molina Mejía, se la pasó mirando al cielo y rezando con un rosario que sujetaba en sus manos. “Me decía que me encomendara a Dios para que ese momento terrible pasara pronto, pero el bombardeo se sentía cerca.

Ella ya no podía caminar porque estaba muy débil, y la llevaban en una hamaca. Esa noche, nos dijeron que teníamos que partir, me agarraba y no me soltaba. Entonces, un guerrillero la separó de mí.

Ella, volteaba la cabeza y me miraba como llamándome, hasta que en una curva la perdí de vista; cuando la volví a ver fue en un féretro”.

El momento de su partida hacia la eternidad lo había precisado cinco años antes, cuando en una entrevista memorable al responder sobre la muerte, de su puño y letra escribió su epitafio: “Aquí yace Consuelo Araujonoguera, de pie como vivió su vida”.

En ese momento, también dio una orden sobre su sepelio: “Quiero que me sepulten vestida de pilonera y me canten el amor, amor y sin tanta arandela”.

Cuando entregó esa declaración, recalcó que sería cuando estuviera anciana: “de 80 años en adelante”, murió a los 61 años, y que hubiera cumplido con todas sus metas, como llevar a la auténtica música vallenata a los más lejanos lugares del mundo, construir en su totalidad el Parque de la Leyenda Vallenata, escribir varios libros y que uno de sus nietos se coronara Rey Vallenato, entre otros propósitos.

Desde su muerte, muchos han sido los que través de sus letras y cantos le han rendido un homenaje a Consuelo Araujonoguera, entre ellos, el periodista y escritor Juan Gossaín: “Consuelo es irrepetible.

A ella, como dicen los campesinos de mi tierra, la parieron y después rompieron el molde”. De igual manera el poeta cesarense José Atuesta Mindiola:

Consuelo madre querida
de esta música inmortal,
tú la hiciste universal
y le entregaste la vida.
Con una vela prendida
buscaba tu corazón
música de acordeón
con esencia vallenata
y el pueblo a ti te relata
como Diosa del folclor.

En las tardes piloneras
de abril en sus amoríos
el perfume era un rocío
de flores en su pollera
la música es primavera
y al alma rejuvenece
la trinitaria florece
como gajos de luceros
al recordarte Consuelo
Valledupar se enternece.

Por Juan Rincón Vanegas

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