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Construcción de memoria histórica

Antes de los acuerdos del Estado Colombiano con la organización guerrillera FARC, nunca tuvimos un centro de memoria histórica donde participaran vencedores y vencidos, víctimas y victimarios, testigos y observadores imparciales, Estado y sociedad. Lo poco que conocemos nos lo dijeron Henao y Arrubla, de lo que a ellos les contaron y se sabe que les dieron la versión de los vencedores.

En la segunda mitad del siglo pasado surgieron otras investigaciones, entre ellas, las de Indalecio Liévano Aguirre pero de todas maneras transmitidas por una tradición infectada de sesgos. Está demostrado que cuando en un hilera de personas se le da un mensaje a una de ellas para que la transmita en la fila, al final llega un mensaje diferente al inicial; así pasa con la historia, máxime que esta transmisión no se da en el mismo instante. Una memoria histórica en donde no se tome en cuenta el relato de las víctimas carece de legitimidad, el revisionismo histórico siempre estará al asecho para desviar la verdad.

Negar que en Colombia haya existido conflicto armado hace parte de la arquitectura de ese revisionismo; igual, decir que tampoco hay desplazados sino migrantes es un atajo a la verdad. Desconocerle a los más desvalidos sus derechos en forma reiterativa, con expresiones peyorativas, es preparar el terreno para inventarse una historia diferente; expresiones como “oscuro e inepto vulgo”, “gastar plata en Chocó es como echarle perfume a un bollo”, “el Chocó es un carga para el Estado”, “los falsos positivos se deben a la ignorancia de los soldados”, son mensajes que ayudan a banalizar la gravedad de los hechos.

Darío Acevedo, director del llamado Centro de Memoria Histórica Nacional, CMHN, también niega el conflicto; la estrategia es que sea el partido de gobierno el que diga cuál es la verdad histórica; la propuesta de Fedegán de hacer un convenio con el CMHN, así lo confirma. Ya lo dijo George Orwell: “Quien controla el pasado, controla el futuro, quien controle el presente, controla el pasado”; esta praxis es un círculo perverso.

Para construir la historia el debate debe ser público para no repetir los mismos errores. Alguien dijo que cuando el pasado se confunde con el presente, es difícil escribir el pasado. En la construcción de la memoria histórica deben participar muchos actores en donde quede sellada la impresión de cada uno de ellos: campesinos, obreros, empresarios, militares, filósofos, artistas, etc., para evitar sociedades orwelianas. A finales del siglo XVIII en Francia, la estrategia educativa consistía en “La letra con sangre entra”; de esto nos enteramos por Goya, quien tituló así una de sus pinturas mostrando la crueldad del método.

En oposición a esta escuela, Evangelista Quintana y su esposa Susana Vinasco, ilustraron su cartilla “Alegría de leer”. Esto ayudó a escribir la historia de la educación, evitando el ocultamiento del pasado que, por lo general degenera en dictaduras.

Hoy, los ocultadores están nerviosos; las fosas comunes en el cementerio de Dabeiba, la más reciente anunciada en Valledupar y, quizás, las que aparecerán, justifican porqué algunos quieren enterrar el pasado después de enterrar los muertos. La historia es frágil y se vuelve más cuando los tiempos son largos en cuyo caso habría que acompañarla con la arqueología en calidad de notaria.

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