No faltan las teorías conspirativas, las que se acentúan en la era del coronavirus por cuenta de la pseudociencia, Arben Merkoci, afamado científico balcánico, experto en biosensores y nanotecnología, define a los que teorizan sin el sustento de un rigurosa investigación cuidadosamente planificada y validada por publicaciones en revistas prestigiosas o informes oficiales. Luego entonces, colige uno que es un tema de especialistas.
En ese orden surge una verdadera guerra de hipótesis, entre quienes creen que el covid-19 fue diseñado en laboratorio, porque la ciencia en el afán de encontrar la vacuna contra el sida fabricó el covid-19, cuyo nombre científico es SARS-COV-2, al agregar secuencias del ADN del VIH al coronavirus, tesis que expone el virólogo francés, Luc Montaigner, ganador del Premio Nobel en 2008 con el descubrimiento del sida.
Los fundamentos de Montaigner los rebate el japonés Tasuku Honjo, laureado con el mismo galardón por investigaciones en el tratamiento del cáncer, quien sostiene que la pandemia obedece a un proceso natural propio de las leyes evolutivas, sin desmeritar a Suecia que no adopta protocolos ni cuarentenas, y por el contrario alienta un contagio colectivo para que se inmunice la población.
Que el coronavirus sea un arma biológica fríamente calculada por la CIA como estrategia bélica contra China, es otra conjetura, pero no de menos impacto en las redes sociales es que Reino Unido y Estados Unidos, supuestamente, introducen el virus para recaudar dinero, gracias a la vacuna que se crearía para combatirlo, presunción que no dista de un mundo conducido por la mentalidad del dinero y un juego de intereses.
Algo tan sencillo como lavarse las manos es una herramienta fundamental y no un pasatiempo trivial que hoy más que nunca cobra vigencia por la pandemia, prescripción del médico obstetra húngaro, Ignaz Semmelweis, doctorado en Viena, Austria, blanco de conspiraciones de sus propios colegas, quien a mediados del siglo 19 demostró la alta tasa de mortalidad causada por patógenos y bacterias que provocaban infecciones y se propagaban a través de manos contaminadas, práctica de higiene que logró reducir notablemente los niveles de muertes, especialmente en las salas de parto y hospitales sin asepsia.
Pero huelga en este drama que parte en dos la historia de la humanidad: el mérito por descubrir la vacuna contra el covid-19, contrarreloj que mundialmente se disputan más de 100 laboratorios, pero es en las crisis que nacen los grandes inventos, reflexionaba Albert Eínstein.
Igual, en otro escenario aparecen los antivirus como Jair ‘Mesías’ Bolsonaro, presidente de Brasil, desafiante: ¿y qué? ¿Qué quieren que haga? ¿Y entonces?, parece un dicho de Diomedes Díaz, acorralado por la prensa ante los miles de muertos.
Para colmo, Bolsonaro mantiene un rifirrafe con su exministro de Justicia, Sergio Moro, al que tilda de Judas, el mismo que se confabuló con él para encarcelar a Luiz Inácio Lula da Silva. Queda demostrado: “Lealtades anunciadas y refrendadas, traiciones a la vuelta de la esquina”. “Alianzas solemnes, celebradas y aplaudidas, se convierten en peleas”.
Se suman dos teorías conspiranoicas, pues carecen del aval de la Organización Mundial de la Salud, una parte de Suecia, que ensaya una inmunidad de rebaño para un contagio colectivo en procura de crear anticuerpos, y la otra de El Salvador, donde la microbióloga María Eugenia Barrientos culpa de genocidio a la OMS por desconocer el proceso inflamatorio en los pacientes con covid-19.