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Conocí un padre

Por Mary Daza Orozco

Se cree que el día del padre es una conmemoración nueva. Tal vez en nuestro país sí, pero desde mil novecientos diez se le viene rindiendo homenaje; la idea surgió cuando Sonora Smart Dodd, al asistir, en Washington, a una misa del Día de las Madres se le ocurrió inventar un día para su padre, la idea caló en la comunidad y a nuestro país llegó mucho más tarde.

En principio había la idea, en nuestro ámbito machista, de que el día del padre eran embelecos de mujeres, pero eso ha cambiado, de suerte que los padres y su concepción de familia es otra, los modernos no tienen inconveniente en colaborar en el hogar, en ayudar con los hijos, ejemplo: nada más inspirador de ternura que ver a un padre alistando a su pequeño hijo para que vaya al colegio, lo bañe, le atienda el desayuno y se lo lleve, lleno de ilusiones, para dejarlo en el sitio en el que comienza a formar su vida inteligente y práctica para enfrentar la adultez, pero  todavía hay muchos padres que están completamente convencidos de que esas son tareas propias de la mujer, es decir cada vez se aferran más a la caverna.

Ayer fue día del padre, se notó, no con el despliegue que se le festeja a la madre, pero se va avanzando en entender que los dos son merecedores de las más grandes muestras de cariño y reconocimiento.

Conocí una vez a un padre que era manso, que se preocupó porque su hija siguiera sus inclinaciones de escritora y que su hijo fuera como él, en el sentido de querer el hogar como el sitio más seguro y lleno de grandeza que se encontraría; un padre que no amasó riquezas, pero que no dejó de llevar, junto con su calidez, lo necesario para que no se asomara la angustia en ningunos de sus afectos; un padre que no podía vivir sin la esposa, siempre a su lado hasta el día en que Dios decidió que ya era hora de llevárselo; un padre parrandero, tiplista, serenatero, profesor, buen amigo, hacedor de muebles para la casa, con un ingenuo sentido del humor; un padre que se solazaba mirando los paisajes de la tarde y enseñando a sus hijos, por las noches, los nombres de las estrellas; un padre romántico y tímido, un padre que se volvió cuentero cuando veía a sus dos hijos tratando de asimilar historias pasadas; un padre íntegro que al irse para siempre sólo dejó recuerdos llenos de sonrisas y la nostalgia de no verlo más, nostalgia que hoy se acrecienta porque no se le puede dar un abrazo, no se le puede decir nosotros sí creemos en ti, en tu día.

Amé a ese padre y junto con Antonio, mi hermano, lo llevamos  y llevaremos hasta el final  como égida en nuestro recorrido por la vida, ese padre que hizo  del hogar un altar a la unión, al respeto, a la vida, así nomás.

Mary_Daza_Orozco: