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¿Conmoción interior?

Curiosamente me preguntó un amigo columnista de EL PILÓN si estaba de acuerdo con la Conmoción Interior como medida extrema para reprimir los desmanes que empañaron la protesta social, detonada por la tan lesiva como inconveniente Reforma Tributaria presentada por el Gobierno nacional en tiempos del nefasto ministro Carrasquilla. 

Me extrañó la duda porque a no ser que yo esté muy desinformado, los desmanes cada vez son más localizados y menos violentos, lo que quiere decir que fácilmente se pueden normalizar las zonas donde persisten los desórdenes, claro está, si de verdad hay disposición oficial para lograr consensos. 

Igualmente me indagaba vía WhatsApp por el respaldo que tendría el presidente de la República al decretar una de las alternativas del Estado de excepción, previsto en la Constitución de 1991, hoy con tres décadas de vida y mutilada modo actos legislativos.

La respuesta no se hizo esperar y por el mismo medio respondí en los siguientes términos: “La conmoción Interior es lo más retrógrado en materia de derechos humanos que puede aplicar un Estado. Prefiero el diálogo, pero real y efectivo, es decir, no sentarse en una mesa en posición dominante y con oídos sordos, sino que realmente se escuche el clamor de muchos sectores de una sociedad saqueada que se cansó y muy probablemente ante la desesperanza comete errores en la manera de protestar. Sobre todo, porque lo que se pide en las protestas no son concesiones extraordinarias, sino derechos vulnerados por años y obligación del Estado Social de Derecho en el que dicen vivimos”.   

Continué: “Lo de ‘el que la hace la paga’ es simplemente el grito de guerra de un sector, gracias a Dios hoy cada vez más reducido, que bajo esa premisa quiere arrodillar a un grupo social porque cree que están en riesgo las prebendas y comodidades que la vida les ha dado, algunas veces heredadas y muchas inmerecidas. Respeto los criterios encontrados convencido que enriquecen el debate, pero creo que hoy nuestro país es otro y debemos plantear reglas de convivencia, diferentes al anacronismo violento que en décadas anteriores desterraba compatriotas por pensar diferente”.     

En estos términos di mi punto de vista, con la duda de lo que podía técnicamente suceder cuando se sofoca una crisis política con la herramienta inadecuada. Consulté en redes al politólogo y magister en políticas públicas de la Universidad de los Andes, Alejandro Cortés Arbeláez, concluyendo que la Conmoción Interior, Guerra Exterior y Emergencia Económica y Social, son las tres modalidades del Estado de excepción que facultan al presidente para expedir normas más poderosas que las usuales en tiempos normales. Si no hay control político al ejecutivo, como normalmente sucede en el Congreso de la República, estaríamos ante una dictadura de facto, equivalente a apagar un incendio con gasolina. Así nacen las guerras civiles.   

Entonces le eché una ojeada al índice de favorabilidad del presidente Iván Duque, encontrando que solo el 16 % aprueba su mandato, según la encuesta de Datexco y La W Radio. En los jóvenes el resultado es catastrófico, solo el 3 % entre 18 y 24 años apoyaron la gestión presidencial. Quiere decir que no solo es apreciación mía. 
De tal manera que si el presidente o los uribistas en su autoritarismo aspiran a echar mano de uno de los Estados de excepción, este debe ser el de Emergencia Económica y Social, como parte de una política pública extraordinaria para cerrar las brechas que hoy nos separan, porque de hacerlo con el de Conmoción Interior revestiríamos de súper poderes al radical régimen que en materia de represión es ‘más peligroso que mono con navaja’. Un abrazo.

@antoniomariaA

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