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A Confiar en la JEP

Todo parece indicar que la elección de los 51 miembros que hoy conforman el Tribunal y las salas de Justicia Especial para la Paz (JEP) goza de gran transparencia. El proceso de selección en cada uno de sus pasos así parece indicarlo y es bueno el hecho de que incluso pudieran hacerse comentarios sobre los postulados en la página. En un mundo volcado sobre las redes sociales y la oportunidad de expresión inmediata sobre el pensamiento, este es por lo menos un mecanismo novedoso en el caso de elección de algún magistrado en Colombia, cuya elección por las vías ordinarias siempre nos ha resultado dudosa, en virtud de que no nos corresponde ni siquiera asomarnos a ella.

El 53 % de la JEP son mujeres. No somos tontas ni todo lo dejemos pasar. Tampoco somos manipulables y seguramente todas sabrán aplicar la ley para los victimarios. Pero también sabrán buscar el camino del perdón. Después de todo ¿cómo pretendemos volver absolutamente objetivo un Tribunal en sus decisiones frente al hecho definitivamente subjetivo de la guerra? Porque en su esencia, ninguna guerra es objetiva, siempre viene del impulso.

Lo que sí podemos esperar, y a ello debemos apostar nuestra confianza, es que la JEP protegerá los derechos de las víctimas en cuanto garante de la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición. Me sigue pareciendo un acierto que las víctimas estén en primera fila en la solución del conflicto, desde cualquier orilla que lo sean, en ellas se concentra el horror de la guerra de este país. No puede compararse el papel de quien ha escogido tomar un arma e ir a la guerra a matar al enemigo, con el de quien ha tenido que asumirla y padecerla sin empuñar un arma, como un actor marginal sobre quien recae el anticipo, el proceso y las consecuencias de la misma. Ya sé que no hace la guerra solo el que empuña el arma, que hay mil formas de participación. Sin embargo, este país a veces ha querido pasar por alto el sufrimiento y la desesperación de quienes sin querer se vieron involucrados y finalmente sus vidas destrozadas o de quienes fueron engañados, o de aquellos otros que solo estaban a la vera del camino. Por eso es valiente poner en el centro a las víctimas.

En este epicentro de subjetividades que puede ser la JEP, saldrá a flote la esencia y eso no es despreciable, todo lo contrario, es deseable en tanto es reparador. A fin de cuentas, nadie está sentado allá esperando escuchar la verdad sobre sus muertos como si asistiera a una entrega de notas de colegio donde lo que se perdió se puede habilitar. Claro que habrá más dolor y también mentiras, pero que esto no pase no depende de los magistrados, ni de si era mejor otra lista con otros nombres.

Pero sí depende de esos magistrados y de todos los que intervengan en el proceso de verdad, justicia, reparación y no repetición hacer todo lo posible por otorgar estas garantías y develar los hechos con detalle para que se cumplan estas máximas. Es ahí donde debe estar la confianza. Es ahí donde no valen desde ahora apuestas sobre la duda del oficio y la voluntad de los magistrados. Es ahí donde confío en las mujeres de la JEP profundamente. Es ahí donde confío en Ana Manuela Ochoa Arias y en su sabiduría, no solo de las leyes, sino la ancestral de la que proviene, para que ninguna víctima vuelva a sentir cualquier posibilidad de repetición sobre su vida y su libertad.

Por María Angélica Pumarejo

 

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