Esta semana, mientras caminaba por los centros comerciales de la ciudad para reuniones de trabajo, me encontraba con las interminables filas frente a los cines para ver la esperada ‘Intensamente 2’, una película animada que refleja las emociones como personajes vivos que interactúan dentro de la mente.
Estrenado hace unos días, este relato cinematográfico no solo entretiene, sino que también ofrece una profunda lección sobre la complejidad de nuestras emociones. Presenta la historia de una niña guiada por Alegría, Tristeza, Furia, Temor y Desagrado, ahora enfrentándose a la pubertad y las complejidades sociales que conlleva, no solo por los cambios físicos, sino también por la introducción de nuevas emociones como la ansiedad, la envidia, la vergüenza y el tedio.
“Intentamos, pero a veces solo podemos hacer lo mejor que podemos”. Esta frase tocó todas las fibras de mi ser, porque no es fácil conocernos y mucho menos entender nuestras emociones. Es increíble cómo hay largas filas para ver una película que es el diario vivir de nuestra sociedad actual, donde nos esforzamos por mantener una imagen positiva y por ser comprensivos con los demás. Sin embargo, la realidad es que nuestras emociones son variadas y a veces impredecibles.
Reflexionando sobre nuestras propias vidas, a menudo idealizamos ciertas emociones, como la alegría, mientras minimizamos otras, como la tristeza o la ira. Esta dicotomía emocional refleja cómo tendemos a romantizar lo positivo y subestimar la complejidad de nuestras emociones más intensas.
En la película, Alegría tiene una discusión con Desagrado, Miedo y Furia. Furia le dice: “Sí, Alegría no entiende, está trastornada”. A lo que ella contesta: “¿Trastornada? Claro que estoy trastornada. ¿Saben cuánto cuesta ser pacifista todo el tiempo y lo único que saben es reclamar, reclamar y reclamar?” Esta escena quebró mi corazón porque, a veces, intentamos ser positivos y no recibimos lo mismo a cambio porque la otra persona simplemente está en un mal momento.
Cada uno de nosotros tiene emociones que predominan de diferentes formas, acorde a las vivencias que hemos tenido. El papá de Riley (La protagonista), por ejemplo, está guiado principalmente por “Furia”, probablemente debido al estrés de sus responsabilidades diarias como padre y proveedor del hogar. En cambio, en la cabeza de la madre, quien predomina es “Tristeza”, posiblemente por las experiencias difíciles que ha vivido. Esta emoción no la hace menos capaz; al contrario, le permite tomar decisiones sabias y ser un apoyo emocional para su hija, ya sea ofreciendo palabras de aliento o simplemente estando presente en silencio.
Diariamente convivimos con estas emociones, no solo en nosotros mismos, sino también en las personas que nos rodean. No sabemos qué experiencias de vida han tenido otros para ser como son. A menudo juzgamos a quienes tienen ansiedad, están tristes, o suelen enojarse, creyendo que deben ser como nosotros. Pero todos somos diferentes, y no necesitamos ser psicólogos para tener empatía por los demás.
A veces es necesario llorar para desahogarnos, sentir rabia por cosas que nos molestan, o aceptar la ansiedad que nos invade. En lugar de luchar contra esas emociones, es mejor reconocer su importancia y decir: Todas estas emociones hacen parte de mí y me hacen quien soy.
Nosotros estamos constantemente cambiando, aprendiendo y conociendo personas nuevas. Si bien, tenemos unas bases que son nuestros principios, podemos reforzarlos continuamente para mejorar y ser cada día mejores. Como dicen, hay que tomar lo bueno y desechar lo malo.
No obstante, hoy en día, es difícil crear una identidad basada en nosotros mismos porque no lo hacemos con el cimiento más importante, que es la visión que Dios tiene de nosotros. Dios te dice que eres amado/a, escogido/a, que eres luz, valioso/a y de gran estima. Sus pensamientos acerca de nosotros no se pueden enumerar, ni siquiera contar, porque suman más que los granos de arena, como dice en el Salmo 139.
A veces anhelamos dar lo máximo, queremos ser el número uno y no lo logramos. Lo importante es dar lo mejor de lo que tenemos y hasta dónde podamos llegar. Hay situaciones fuera de nuestro control que debemos aprender a soltar. Intentarlo y hacer lo mejor posible es lo que importa y es suficiente.
Las redes sociales pueden amplificar nuestras emociones porque nos encontramos bombardeados por imágenes y relatos que a menudo presentan una versión idealizada de la vida de los demás. Al observar a alguien siempre alegre, exitoso o en una aparente constante felicidad, podemos caer en la trampa de comparar nuestras vidas con estas representaciones filtradas.
Es importante recordar que cada uno de nosotros tiene su propio camino y sus propios tiempos. El éxito y la felicidad son conceptos subjetivos que no deben ser definidos por las normas externas o las comparaciones.
Lo más valioso es que al final del día, podamos abrazar la complejidad de nuestras emociones y reconocer que todas son legítimas e importantes. No hay que luchar contra ellas o juzgarlas.
Aprender a aceptarlas nos permite crecer y desarrollarnos genuinamente. Este proceso no solo nos fortalece individualmente, sino que también nos capacita para ser un apoyo para los demás. Así, podemos crear relaciones más profundas y significativas con las personas que nos rodean, promoviendo un entorno donde todos puedan sentirse vistos, escuchados y valorados.
Por: Sara Montero Muleth