“Quiero ser ese niño que el ayer tanto jugó, tanto corrió con su inocencia de papel” (Chiche Maestre)
Contento satisfecho y alborotado acudí con la precisión de un novio feo a un encuentro familiar que se realizó con motivo del del arribo a su segunda juventud de mi primo Edgar Acosta, lo que inició como un fiestón y terminó convertido en un cónclave de reencuentros, nostalgia y derroche gastronómico y pueblerino.
Nos habíamos acostumbrado a encontrarnos y reencontrarnos solo para compartir el dolor, las penas y las cuitas por eso acudí gustoso y la verdad que no me arrepiento de haber asistido porque en ese festejo además de haber evocado con la cocina tradicional Monguiera a nuestras viejas que ya se fueron, me sentí como asistiendo a una película sobre mi vida de pelangon pues la imaginación me colocaba en las fiestas tradicionales del pueblito oscuro y polvoriento donde todos nacimos y nadie se creía más que el otro.
Aquel día debo confesar disfruté a plenitud lo que para mí fue una cita con el recuerdo y una sublime evocación del pasado que ya no nos pertenece porque el paso del tiempo es inexorable, no había durante ese cumpleaños motivo alguno para la tristeza, pero si sentí embriagarme con recordaciones, y mientras degustábamos los merengues, los dulces, los arroces apastelados y el sancocho, mi mente dibujaba de los talones a la mollera las briosas manos de las mujeres que se llevaron al cementerio la magia para la cocina y el pechiche; sin duda allí estaban, porque todos los que asistimos somos prolongación de sus existencias.
Tenía razón el cumplimentado para estar durante aquel ágape más contento que puerco en tiempos de mango, el escenario era bellísimo, nuestras primas, hermanas y amigas, lucieron sus trajes colegiales, jugaron el bate y brincaron la peregrina y la cuerda con los bríos de sus años de muchachas mientras los cuchachos que allá estábamos jugábamos con el trompo los boliches y el socoy, allí me di cuenta que a pesar del paso de los años, sigo siendo el nene de su madre, con puntería para el boliche pero evidentemente torpe al lanzar el trompo, y con razón porque no lo volví a intentar desde cuando tenía diez años y rompí el vidrio de la vitrina de mi vieja.
Para redondear el asunto presenciamos una presentación musical impecable, soberbia y magistral por parte de Silvio Brito y El Pangue Maestre, quienes demostraron lo que dije en escrito anterior, que “la escoba nueva barre bien, pero es la vieja la que sabe dónde está la basura”; Orangel Maestre anda tocando como nunca y sabroso como siempre, y Silvio con su voz impecable, fresca y clara, no se podía pedir más, y contrario a lo que pasa con ciertos artistas nuevos, de esos que tienen a los Acordeoneros como jornaleros a su servicio, estos llegaron a lo que fueron a tocar y cantar sabroso y sostenido, sin insultos ni aspavientos; así mismo me gusto que llegaron bien temprano, y no solo tocaron toda la noche, sino que la parranda siguió al día siguiente, en cambio quienes representan la “Mala Ola” del Vallenato, llegan a medio tocar en la madrugada cuando ya uno tiene los ojos más pesados que frijoles de noche.
Después de todo lo vivido y comido, me siento como dice Palle Medina, “Ancho, legal y completo”