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Conceptos de los apellidos

Por Walter Arias Almenares 

En frase del ilustre colombiano Luis López de Mesa, uno de los padres de la onomástica hispana, ésta “pertenece a los vastos dominios de la incertidumbre”. Los recursos de que el hombre se ha valido desde siempre para designarse así mismo abarca toda la realidad nominable, estos nombres de personas coincide con el de la propia lengua. Un antropónimo es el término que se usa como elemento designador de una persona concreta.

En principio, en la mayor parte de las culturas, una sola palabra era suficiente para la identificación. En los lugares reducidos como eran las polis griegas, decir Sócrates era más que suficiente para las necesidades prácticas de la vida cotidiana, y después aparece la figura rudimentaria de fórmulas a modo de apellidos que indicaban el lugar de procedencia, del que se echaba mano cuando la persona variaba de residencia o como complemento para evitar confusiones. 

Sobre los orígenes lingüísticos de los apellidos, diversos países latinoamericanos siguen normas distintas: en algunos se usa solamente un apellido, al modo anglosajón, mientras que otros coexisten y el empleo de dos, entre los que el paterno a menudo es el primero o de segundo si no era reconocido ante Notario. A lo largo de los siglos los procesos migratorios y de mestizaje se sumaron a las lenguas y dialectos, que han perdido vigencia en la actualidad. En la etimología de los apellidos en América Latina hay que mirar los idiomas precolombinos que pugnan por no ser definitivamente barridos por el castellano.

La fuente de los apellidos en su inicio, cualquier excusa era válida para designar a una persona, los primeros apelativos se relacionaron con ciertas circunstancias determinativas del sujeto, después se consideró como fuente, el añadir un determinativo geográfico, los apellidos mote o relacionados con el oficio, dignidad o cargo de la persona.

La grafía de los apellidos, la rigidez en la transcripción de registro civil de los apellidos se caracteriza por su inflexibilidad absoluta. La forma gráfica adaptada en aquel momento se transmitió sin la menor variación a sus descendientes, fuera correcta o incorrecta, eufónica o hiriente, cómoda o incómoda. En algunos casos, tanto las personas que se inscribieron como aquellas que les atendían, presentaban un bajo nivel cultural y, lo registraban como Giménez en lugar del ortográficamente correcto Jiménez, esa versión se ha perpetuado y subsiste hasta hoy. Mesa transformados en Meza o Messa, Córdoba en Córdova, a veces por un simple aire de “finura”.

Este hecho induce a  confusiones en los apellidos que en América Latina han recibido el influjo del seseo, los Cortés o Valdés en Cortez o Valdez. Igualmente ha sucedido con mi apellido conocido en nuestro caserío desde que asentaron nuestros antepasados progenitores, Almenares y hoy es Almenárez, lo han seseado sin tener en cuenta el origen inicial de la localidad, a pesar de que en realidad deben ser pronunciados: Cortés y Baldés, Almenares, y no como hacen algunos poco avisados: Cortéz ni Valdéz y crean variante geográfica de los apellidos.

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