Luego de dos días de competencias en el 30° Festival Tierra de Compositores, 11 acordeoneros infantiles y 23 compositores buscaron alzarse con la victoria dando a conocer todo su talento y al final el jurado entregó el siguiente fallo:
Acordeón Infantil
1. José Liberato Villazón Ibáñez (Valledupar)
2. Sebastián Wilches Góngora (La Loma, Cesar)
3. Alexandra Maciel Gómez de la Ossa (La Loma, Cesar).
Canción Vallenata Inédita
1. Poeta inmortal, paseo de Octavio Daza Jr.
2. Mi pobre vallenato, merengue de María Churio Calderón.
3. Amor y olvido, paseo de Jorge Hugo Ochoa.
HOMENAJE A DARÍO PAVAJEAU MOLINA
El gestor cultural, folclorista, gallero y directivo de la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata, Darío Pavajeau Molina, fue el homenajeado de este Festival siendo declarado hijo adoptivo de esa tierra y condecorado con la medalla ‘María Concepción Loperena’, en la categoría ciudadano insigne.
En el acto, el vicepresidente de la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata, Efraín Quintero Molina, en representación de la entidad exaltó la gesta cultural y folclórica del homenajeado.
“Aquí nacieron los soñadores, como llegaron otros que con ellos aprendieron a soñar, entre ellos Darío quien vive atado a esta tierra a través de un cordón umbilical indestructible. Su alma está sembrada en el corazón de las sabanas del Carbonal, porque su madre bebió del agua dulce de las casimbas de la Malena, para engendrar un hombre que merece todo por el altruismo demostrado a favor de su región. Con afán desmedido moldeó la expresión vernácula de trovadores arropados en la nada del olvido. Los entendió y mimó con devoción inusitada y aprendió de ellos los vericuetos de su sabiduría natural, que le dieron un carácter especial a su manera de ser”, subrayó Quintero Molina.
Agregó: “En el entorno provinciano no hay un personaje que le hubiese apostado todas sus pasiones y fortuna, apadrinando y difundiendo los valores de nuestros juglares, el verdadero gestor que los sacó de los traspatios a los salones más respingados de la sociedad, quienes cambiaron el fox trot, la polka y la mazurca por los cantos sensibles de las orillas del río Badillo. Su montuna personalidad desaparece cuando abre el fuelle de sus afectos y sus amigos experimentamos esa inigualable sensación de calidez y bondad que nos arropa el alma. Con su risa socarrona habla de las prendas desconocidas de Simón Bolívar, abandonadas en un baúl en la trastienda del patio de su casa, que sacaron y no utilizaron como disfraz un sábado de carnaval. Su madre los obligó a quemarlas, porque eran de un hombre que había muerto de tuberculosis en Santa Marta. Las morocotas de oro que se sustrajo del escaparate de Ita, para comprarle un acordeón a ‘Colacho’ Mendoza, su amigo entrañable; sus cultivos de algodón en Santa Rita y Jericó, el arrume de cheques incobrables, la creación como alcalde del barrio ‘Los músicos’, sus amigos galleros, las notas cadenciosas de Luis Enrique Martínez, las irreverencias del pintor Jaime Molina, los apuntes dados a su comadre ‘La Cacica’ Consuelo, para enriquecer el ‘Lexicón Vallenato’, y que decir de los cachacos con presidentes abordo que desfilaron debajo del umbral de su casa para enseñarles la magia y el encanto de las costumbres vallenatas”.