La violencia ha sido una de las constantes en la historia de Colombia; ha cambiado de matices, es cierto, pero se ha mantenido. Desde mediados del siglo pasado, desde antes del asesinato del dirigente liberal, Jorge Eliécer Gaitán, cuando el enfrentamiento bipartidista: liberales-conservadores, que se aplacó con el acuerdo del Frente Nacional, pasando por la violencia de los grupos guerrilleros de orientación comunista surgidos en la década de los años sesenta, como las FARC y el ELN, que todavía sigue operando, pasando por la violencia paramilitar y luego la generada por el narcotráfico, la violencia ha sido el sello del devenir de nuestro país.
La edición especial publicada ayer por el diario EL TIEMPO, con motivo de sus cien años, ratifican la tesis antes señalada: la violencia ha sido la gran protagonista de la historia de este país. No obstante lo anterior, hay que reconocer que Colombia ha progresado en muchos aspectos, a pesar de esa violencia. Adicionalmente, ha logrado mantener una gran estabilidad política en medio de ese conflicto no declarado y con tan tos actores involucrados.
En los últimos años, a pesar de los avances con la política de seguridad democrática del gobierno del Presidente Álvaro Uribe Vélez, la violencia ha persistido. Sin duda, han perdido poder y capacidad de perturbación los grupos guerrilleros, en particular las FARC y el ELN, que son los que quedan; pero han entrado otros actores ahora al teatro macabro de la violencia: sigue el problema del narcotráfico, que ahora parece más discreto y atomizado, y están los reductos del fenómeno paramilitar, y el fenómeno de las llamadas bandas criminales, que están operando en la mayor parte del país y son el gran dolor de cabeza del gobierno nacional, como la ratificaron el pasado fin de semana el propio Presidente Santos y el Ministro de Defensa, Rodrigo Rivera Salazar.
El año pasado, según las cifras de la Policía Nacional, se presentaron en todo el país unos quince mil cuatrocientos asesinatos, de los cuales prácticamente la mitad fueron cometidos por sicarios, lo que la policía llama violencia instrumental, es decir el asesino (sicario) cumple órdenes de un tercero.
Muchas de esas muertes, hablamos de la cifra global, son producto de la intolerancia, de las riñas entre borrachos, casos de violencia intrafamiliar, como también de actos asociados a la delincuencia común: el robo, atraco; al mismo narcotráfico y a venganzas entre personas, la mayoría de las veces entre delincuentes. Es un fenómeno complejo que está siendo analizado por el gobierno para combatirlo con estrategias cada vez más eficaces.
El departamento del Cesar, a pesar de los progresos en materia de seguridad, no es ajeno al fenómeno de las bandas criminales, tanto en nuestro departamento como en La Guajira, operan varias de estas organizaciones vinculadas al narcotráfico, al contrabando de combustibles, al comercio ilegal de armas y al lavado de dinero, entre otras actividades.
En el caso específico de Valledupar, para citar sólo un botón de muestra el año pasado el número de homicidios fue un veinte por ciento mayor al de 2009, según la información suministrada para este diario por el mismo Alcalde, Luis Fabián Fernández Maestre. En cifras absolutas estamos hablando de unos ochenta y un muertos en 2009 y unos ciento ocho muertos en 2010; es decir, en la capital del Cesar se registró una muerte violenta cada tres días y medio, en promedio. Puede ser una cifra baja si se compara con lo que sucede en Bogotá, Medellín o Cali, entre otras ciudades; o alta, mirada por el promedio diario.
Informar sobre la violencia ha sido uno de los grandes retos del periodismo en Colombia. Necesariamente la violencia hace parte de la compleja realidad socio-económica sobre la cual hay que informar. No es normal en una sociedad tantas muertes violentas, lo normal sería que los nietos enterraran a sus abuelos y a sus padres, cuando estos murieran de manera natural; pero la violencia que estamos viviendo no se puede soslayar.
El reto es informar y analizar esa violencia con la debida objetividad y responsabilidad. Se publica también para denunciarla y combatir la indiferencia de muchos ante el fenómeno. Por supuesto, tampoco se trata de magnificarla, mostrarla de manera escandalosa y morbosa; pero hay que informar sobre la misma, como a diario deben hacerlo los noticieros de televisión y radio, nacionales y locales.
Es un deber de los medios de comunicación, y en particular de los escritos, informar y analizar el fenómeno de la violencia, como también lo es exigir a las autoridades nacionales y locales, adoptar todas las políticas e instrumentos a su alcance para afrontarla y reducirla al mínimo. Ese es el gran reto y la gran responsabilidad que asumimos como medio de comunicación.