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Como un barco a la deriva

Si corriges tanto al prudente como al sensato te lo agradecerán; ellos hacen mucho caso de la sabiduría, pero ojo con el torpe y obsesivo, a este no le interesa el concepto del sabio.

Un barco a la deriva es una simple locución adverbial que indica andar sin rumbo o propósito previo, siempre a merced de las eventualidades o circunstancias y como si pareciese que no interesan las dificultades despreciando los problemas cotidianos, que cuando no son sufridos en carne propia, al bledo todo el mundo. Flotando o navegando en contra y sin control de la corriente, el oleaje o los elementos meteorológicos no asustan pues el sentido de responsabilidad social no existe, pensamiento universal de los malos y desalmados gobernantes que aprovechan de los momentos políticos que da el poder para hacer lo que les venga en gana.

Imaginemos un barco en alta mar, sin rumbo fijo, navegando a merced de las corrientes arbitrarias y los vientos cambiantes. La tripulación, dividida y sin un capitán firme al mando, se discute constantemente sobre la dirección a seguir. Este barco a la deriva es una metáfora adecuada para la situación política actual, caracterizada por la incertidumbre y la falta de liderazgo claro. Nadie se da cuenta que hay que lanzar al fondo del mar en forma inmediata toda carga pesada, el lastre, lo que vale poco menos que nada y estorba.

El capitán, simbolizando al líder político, parece incapaz de tomar decisiones serias y firmes. Las órdenes son contradictorias y la tripulación, es decir, los representantes y funcionarios, carece de una visión unificada. La falta de coordinación se hace evidente cuando cada grupo intenta imponer su agenda sin considerar el bienestar general del barco, o en este caso, de la nación.

La brújula, que representa los principios y valores que deberían guiar la política, parece rota. En lugar de orientarse hacia el bien común, muchos políticos se dejan llevar por intereses personales y partidistas. Esto crea un clima de desconfianza entre los ciudadanos, quienes ven cómo sus necesidades son ignoradas mientras el barco sigue su rumbo incierto.

La tormenta que rodea al barco simboliza los problemas económicos, sociales y ambientales que enfrenta el país. La crisis económica, el desempleo, la desigualdad social y el cambio climático son olas gigantes que amenazan con hundir el barco. En lugar de enfrentar estos desafíos con unidad y determinación, la tripulación se enfrasca en luchas internas que debilitan aún más su capacidad de respuesta.

El faro en la distancia, que debería representar la esperanza y la posibilidad de un futuro mejor, se ve borroso. La constante confrontación y la falta de diálogo constructivo entre los diferentes actores políticos hacen que las soluciones a largo plazo parezcan inalcanzables. La tripulación, en su desesperación, comienza a cuestionar si algún día llegará a un puerto seguro.

Sin embargo, no todo está perdido. La historia nos enseña que incluso en los momentos más difíciles y oscuros, son los que siempre mejor nos indican sobre una oportunidad para el cambio. Para que el barco recupere su rumbo, es crucial que se restablezca la confianza entre la tripulación y se elija a un capitán que inspire y unifique. Un líder capaz de escuchar y de tomar decisiones valientes, guiado por una brújula moral que apunte hacia el bien común.

La tripulación también debe reconocer que su destino está interconectado. Solo mediante el trabajo conjunto y la cooperación, puede enfrentar las tormentas y aprovechar los vientos favorables que los conduzcan a un puerto seguro. 

En última instancia, la salvación del barco depende de la voluntad de todos sus ocupantes de dejar de lado sus diferencias y remar en la misma dirección, con la esperanza de un futuro mejor y más justo.

POR: FAUSTO COTES.

Categories: Columnista
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