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¿Cómo ser un mejor país?

No podemos ignorar que Colombia como país independiente ha progresado en muchos aspectos, pero tampoco podemos desconocer que en su evolución cultural, el comportamiento de su gente se ha corrompido al nivel del desenfreno sin límites.

Aunque en la actualidad tal situación tan aberrante preocupa a la mayoría de los colombianos, la realidad es que en nuestro país cada día hay menos  paradigmas de buena ciudadanía, a la cual, en gran medida, le corresponde  controlar a la humanidad joven, para que a la postre todos disfrutemos  una grata convivencia.

En todo momento nos preguntamos ¿Cómo ser un mejor país?, ya se dijo que la clave es la buena conducta de la ciudadanía, sobre la cual, en primera instancia, recae la educación y formación de las futuras generaciones. Esta gran responsabilidad ha decaído enormemente (comparándola con la experiencia de mi niñez y adolescencia vivida hace más de cincuenta años), cuya consecuencia  es la sinvergüencería, el irrespeto  a todo y los escándalos que a menudo son  difundidos en los diferentes medios de comunicación.

Todas las personas (no dementes) saben cuándo actúan bien o mal, aquellas con menos educación que cometan acciones punibles deberían castigarse con menor severidad; sin embargo, en nuestro país a los delincuentes con elevada educación, que generalmente son personas con mejores condiciones de vida son ajusticiadas con mayor indulgencia. En este grupo de privilegiados están los dirigentes políticos, los magistrados de los estrados judiciales,  los altos funcionarios, los grandes empresarios y todos los acaudalados, incluidos los mafiosos del narcotráfico y otros carteles delictivos.

Mientras persistan tantas injusticias y desigualdades no tendremos un mejor país. De nada vale que la gente se eduque en prestigiosos colegios y universidades con enorme reputación, si no cambian la mentalidad arribista predominante desde hace bastante tiempo en nuestro país. Desde cuando se le comenzó a brindar pleitesía a los antivalores sociales.

Recuerdo cuando yo era niño (y todavía no soy un anciano decrépito) mis padres, hermanos mayores y los vecinos me advertían que no pasara por el frente de las casas donde vivían personas que habían estado prisioneras y más aún si eran asesinos. Los niños y jóvenes no nos atrevíamos llegar a las  casas de los criminales, ni nuestros padre ni nadie del vecindario los visitaba.

De pronto la sanción social severa se fue desapareciendo, cuando un delincuente salía de la cárcel los vecinos llegaban a sus casas a celebrarlo con francachelas y consumo de licor, desde entonces la justicia no funciona como debe ser porque el dinero está por encima de los valores normales. Para lograr tener un mejor país hay que erradicar o controlar la corrupción aplicando la ley con el correspondiente rigor.

Por José Romero Churio

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