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Cómo medir a un Estado

Cuando Francis Fukuyama (FF) escribió el libro “El Fin de la Historia”, aseguró que desaparecida la URSS, el mundo sería un edén y que hasta los desiertos africanos serían un gran oasis. Supuso que el capitalismo, regido por la democracia plena y el libre mercado, liberado de las supuestas erradas teorías de Marx, resolvería todos los problemas de la humanidad.

No fue así, los cinturones de miseria en el mundo han crecido; mientras 26 personas son dueñas del 50% de todas las riquezas del mismo, conseguidas con la plusvalía de los trabajadores, esa otra mitad vive con menos de US$2/día. Hoy FF reconoce que se equivocó y dice que Marx tenía razón. No basta que un país sea capitalista y demócrata para garantizar su futuro. La China, hoy segunda economía del planeta y dentro de poco la primera, tiene un sistema híbrido con una economía de mercado libre dirigida por el Estado donde la democracia no opera; Singapur y Taiwán, hijos adoptivos de los EE.UU, nunca han sido una democracia, tampoco Arabia Saudita. China tiene US$3.2 billones en la Reserva Federal (16% del PIB USA), y el día que los retire, allí habrá sismo económico. Y cuando, por falta de entendimiento, la Coca Cola tenga que irse de la China, el partido responsable, perderá las próximas elecciones. Vaya simbiosis ideológica. La misma democracia de los EE.UU es cuestionable: la señora Clinton le ganó en votos a Trump pero este ganó la presidencia. De suyo, no hay dictaduras buenas ni malas, solo negocios y mandatarios cuestionables. Tampoco han terminado las ideologías, sigue la confrontación, aunque la contradicción razonable no sea mala, sino vital. Sin embargo, a Gustavo Petro se le quiere destruir solo por mirar a Colombia desde la otra orilla, donde no habría negociados para sus adversarios. La propuesta del CD de prohibir la libre cátedra en los colegios y penalizar a los maestros por ejercerla, muestra miedo e intolerancia. A un país no se lo puede mostrar y medir desde una sola perspectiva ni por el tipo de gobierno que tenga ni con medidas prohibitivas y censurables sino por la medida de todos sus indicadores, certificados por evaluadoras de riesgos nacionales e internacionales. La democracia es buena y perfectible pero no es obligatoria. Tampoco un país se debe medir por el número de hectáreas de coca destruidas solo para mostrarle resultados a los EE.UU. En la audiencia que ofreció la Corte Constitucional al gobierno y otras entidades y personas para filtrar información relevante que pudiese servir a la propia Corte acerca de la objeción del decreto reglamentario de la JEP por parte del presidente Duque pidiendo modulación de un fallo, se vio que este gobierno, de corte derechista, tiene solo dos objetivos centrales: erradicar todos los cultivos de coca y facilitar un proceso que permita volver a la guerra, única forma de obtener réditos políticos, para seguir ganando elecciones y hacer negociados. Pero al gobierno, en esta audiencia, le fue mal, su argumentación fue más política que técnica, no pudo convencer a la Corte ni a Colombia. La intención de reversar un caso juzgado, por parte del ejecutivo, no es una muestra de democracia sino de autarquía y prepotencia. Mientras tanto, este país se desmorona ética, económica y socialmente. Pasada la escaramuza anti Maduro, es bueno comenzar a gobernar.

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