Por: Raúl Bermúdez Márquez
Lo dijo en más de una ocasión el maestro Rafael Calixto Escalona Martínez: “Jamás hice, ni haré una canción por encargo”. La razón era simple: la génesis de la composición vallenata hunde sus raíces en el costumbrismo, es decir, en “el estilo literario que se caracteriza por la especial atención que presta a la descripción detallada de las costumbres típicas de un país o región” (Monografías.com). Y precisamente, por describir costumbres, la canción vallenata tiene como condición necesaria para su estructuración que los hechos pasen, no que se imaginen. Su fuente primaria es la espontaneidad. En cambio, las camisas de fuerza, la deforman, le quitan trascendencia y acortan su historia. Después de la naturalidad como condición inicial, un compositor villanueverocostumbrista,
Nicolás Guillermo Bolaño Calderón, por allá en 1974, dio a la luz una composición que si se sigue con atención puede convertirse en una buena metodología para los nuevos compositores a la hora de parir una canción. Condición inicial: “Para hacer una canción se necesita, ser de buenos sentimientos y tener, el talento literario que origina, la grandeza y la virtud de componer”. Es decir, el compositor nace con la chispa musical y seguramente la dedicación, la disciplina y también el estudio perfeccionan y moldean esa virtud natural. ¿Cómo se arranca?: “Se comienza de inmediato por el tema, y se busca por lo menos un lugar, alejado del bullicio que molesta, a la mente que se quiere concentrar”.
Pero… ¿Cuáles son los aspectos de los que el compositor puede echar mano? “El amor y la mujer que son los temas, más comunes y frecuentes de expresar, el ambiente y la madre naturaleza, la nostalgia y el suceso en general”. Después de elegir el tema, viene la lucha titánica por conformar la primera estrofa, porque como lo admite el mismo García Márquez una de las cosas más difíciles es escribir las primeras líneas. Bolaños Calderón lo reconoce y aconseja: “Hay momentos que la mente no proyecta, y el cerebro se fatiga de pensar, ponga en práctica la calma y la paciencia, que otro chance se le vuelve a presentar”. Luego, el maestro Nicolás, se refiere al aire en que se ubica la composición y con mucha franqueza expresa que es un asunto que no ha logrado dilucidar: “Un factor muy importante considero, a los ritmos con su clasificación, yo que soy compositor y no comprendo, de qué forma los produce el corazón”.
Finalmente, y para cerrar con broche de oro, esta composición clásica, -inexplicablemente ignorada por las viejas y nuevas agrupaciones musicales para ser regrabada-, reivindica el origen popular de la composición vallenata y ratifica que su fuente primaria fueron los cantos de vaquerías y de los juglares que de pueblo en pueblo y de caserío en caserío se constituían en los correos cantados de la época. Ni los primeros vaqueros, ni los primeros juglares tuvieron la posibilidad de asistir siquiera a la escuela primaria. Todo lo que cantaban, todo lo que componían fluía espontáneo y natural como las aguas de un manantial; es decir, desde lo más puro de los sentimientos que para muchos poetas y románticos tiene su epicentro en el corazón. Por eso, el maestro Bolaños despide la canción motivando a aquellos que no tienen recursos para matricularse en una escuela de música o en un conservatorio: “No hace falta la escritura del idioma, cuando quiere componerse una canción, porque a un buen compositor no se le borran, las palabras que le dicta el corazón”. Ahí está pues, esa joya musicalignorada, reitero, pero que por méritos propios debería ser considerada como una especie de tratado para las nuevas generaciones de compositores vallenatos.
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