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Comienza la desbandada

MISCELÁNEA

Por: Luis Augusto González Pimienta

Antes del pasado 26 de febrero, había en el país un 35 por ciento de ciudadanos uribistas, un 40 por ciento de furibistas (acrónimo ideado para señalar a los uribistas furibundos), y un 25 por ciento repartido entre indiferentes y opositores. Una vez conocida la sentencia de la Corte Constitucional que atajó la convocatoria a un referendo para la reelección presidencial por un tercer período, empieza a recomponerse ese cuadro.

Es entendible. La cultura política del país es estomacal y cada cual cuida su aparato digestivo. Por ello no sorprende el reordenamiento en las filas de cada uno de los candidatos y precandidatos. Las primeras escaramuzas se darán de aquí al 14 de marzo cuando se celebren las elecciones para elegir a los congresistas. Vendrá una segunda fase de deslizamientos desde esa fecha hasta el domingo 30 de mayo, cuando se lleve  cabo la elección presidencial en primera vuelta. Es casi seguro que entre los dos candidatos mayoritarios habrá una segunda vuelta, oportunidad que será aprovechada por los derrotados y sus seguidores para “deponer sus rencores en aras de la reconciliación nacional, y, atendiendo a los intereses superiores del país, sumarse a las huestes de aquellos”.

Pero ahí no termina la cosa. A partir del 7 de agosto el reacomodo será total. Por manera que el presidente Uribe debe darse por bien servido, cuando el 8 de agosto monte a caballo en el Ubérrimo acompañado sólo por Lina, Tomás y Jerónimo. No tendría que sorprenderlo el que sus aláteres Uriel Gallego y Diego Palacio se excusaran de seguirlo arguyendo temores por su seguridad personal.

Las cartas de agradecimiento que el Presidente ha recibido por estos días y las que vendrán, son un adiós. Después, a otra cosa; porque a rey muerto, rey puesto. Siendo Uribe un personaje que mira más adelante que el promedio de sus paisanos, es probable que a esto se hubiera referido cuando hablaba de la encrucijada del alma.

Durante ocho años dedicó todas sus energías y su intelecto a resolverle los problemas a su amada Colombia. No escatimó esfuerzos para sacarla adelante, dominada como estaba por la inseguridad y la incertidumbre inversionista. Envejeció en el poder atendiendo todos los frentes de trabajo. Enfrentó a una guerrilla poderosa y confrontó a los líderes izquierdistas del vecindario sin amilanarse. De todos sus adversarios se hizo respetar y con ello hizo respetar a Colombia. No lo arredró la amenaza, ni lo debilitó la lisonja. Aprendió bien la lección de Tomás de Kempis: “No eres más porque te alaben ni menos porque te vituperen: lo que eres eso eres”.

Desde el 26 de febrero he pensado mucho en la soledad interior de nuestro Presidente. Aunque no lo admita en público, algo de amargura debe sentir por la deslealtad de algunos, por el desplazamiento de otros hacia propuestas políticas distantes de las suyas y por el olvido que empieza a aparecer. Dígase lo que diga, el tiempo es un borrador que nos lleva a considerar héroes a los que fueron villanos y viceversa. Son los dislates de la desmemoria.

No le importe señor Presidente que su novia Colombia se arrope con otra cobija, que se entregue al nuevo mando. Usted hizo muy bien su tarea. Usted cumplió con su deber y eso se lo reconocemos los ciudadanos comunes y corrientes. Y no se afane por los radicales: sus planes terminan siendo un parto de los montes.

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