Hoy el Estado colombiano ha perdido el control en todas las esferas de la sociedad, pues su incapacidad para regular un orden normativo, consciente, claro, eficaz y obligatorio que ponga equilibrio en lo político y lo jurídico, hace que las personas, ante la ausencia de la aplicación de la ley tiendan a menospreciar la misma, echándola de menos o ignorándola al no haber un deseo totalizante y asumiendo conductas individuales que llevan al sujeto a buscar su propio concepto de justicia, legitimando sus acciones ante la inoperancia del Estado.
Los recientes escándalos políticos en Colombia muestran la vulnerabilidad de un país en el que ni siquiera el Presidente de la República se libra de interceptaciones ilegales y de ser blanco de burlas ataques y ofensas que permiten pensar que aquí cualquier estrategia es válida con tal de obtener un beneficio, sin importar la dignidad del país, ni su seguridad, como tampoco la dignidad de sus habitantes.
A pocos días de las elecciones presidenciales, algunos candidatos han apelado a conductas ruines por la ilegalidad a la que han apelado, con tal de obtener votos y destruir la imagen de su contendor, reafirmando que en este país todo está permitido con tal de obtener el poder, ante la mirada cómplice de un Estado que no tiene el mínimo interés por sentar un precedente en el manejo de la ética y la civilidad.
Por más de cincuenta años hemos vivido en una guerra despreciable en la que mucha gente ha muerto, muchos han quedado lisiados, otras exiliados en países que le garantizaron su seguridad, porque Colombia se hizo sorda y ciega ante la obligación de protegerlos.
Tantas personas han quedado al margen, cuando pudieron aportar en demasía al desarrollo del país, pero el Estado de una u otra manera por falta de control, negligencia o complacencia, permitió la coexistencia de fuerzas paralelas que aniquilaron a muchos para defender otros intereses.
Hoy seguimos en guerra y anhelando la paz con grupos subversivos que cayeron en la delincuencia. Muchos colombianos esperamos que llegue por fin la anhelada paz que se plantea en la Habana, mientras en el país se vive una guerra a muerte entre candidatos presidenciales que hoy cegados por el deseo de llegar a la presidencia, perdieron su norte y han incurrido en conducta ilegítimas por la inoperancia del mismo Estado que desde todos los tiempos ha dejado que crezca la ideología del todo se vale.
Da vergüenza ver que algunos de quienes aspiran a liderar el proceso de desarrollo en este país en los próximos cuatro años, apelen al engaño, la ilegalidad y la violencia verbal para mantenerse vigentes en los medios y con ello obtener electores que producto del sensacionalismo, esperan cada día el destape de otro escándalo en el que nuestros políticos demuestran el poco respeto por la leyes, por sus electores y por un país que pese haber tenido que sufrir durante tantos años la cruda e inmisericorde violencia, estuviera condenado a ver cómo lo que antes era la máxima dignidad de un país, hoy es un vergonzoso cargo político que busca satisfacer las ambiciones de poder de una clase política y no las necesidades de una población que ya no cree en nada.
Todo este entramado de relaciones ilegítimas que en muchos casos llevan a la desinformación, la violencia mediática y con ello a la delincuencia, reafirma la descomposición social en la que la búsqueda de valores auténticos se reemplaza por la imposición de valores no auténticos que conllevan a una conducta anómica que sólo puede desembocar en más violencia y muerte.