Edgardo Mendoza Guerra
Hace apenas unos días, supongamos un siglo, Colombia era un país con fama de educación y cultura, de escritores, poetas, novelistas; lo malo era que la inmensa mayoría de sus ciudadanos no sabían leer, ni tenía carretera, ahí comienza una historia algo romántica de esa vaina que llamaron la Atenas Suramericana.
Basta repasar dos libros, ‘La historia mínima de Colombia’, de Jorge Orlando Melo, o sea la historia de un país que ha oscilado entre las guerra y la paz, la pobreza y el bienestar, el autoritarismo y la democracia. Melo es filósofo, historiador e investigador de alto reconocimiento nacional; el otro texto, ‘Los años veinte en Colombia, siglo XX’, del sociólogo Carlos Uribe Celis.
Ambos cuentan además con estudios en el exterior que amplía mejor su visión de las cosas, es decir, dejan el sentimentalismo y el orgullo de patria y religión, y analizan las cifras y los problemas discutidos entonces, que siguen casi iguales solo que con distintos nombres por eso del avance idiomático.
El panorama político de esos años 20 comprende algunos problemas sobresalientes, el problema de la tierra, ligados a las vías de comunicación y la interconexión del país con sus regiones, luego el problema del imperialismo en los debates del Tratado de Amistad de 1914, aceptando los hechos del despojo de Panamá, sigue el problema indígena con relación a las acciones guajiras de los indígenas con las salinas de Manaure y los indios de Tierradentro, con el líder Quintín Lame y su obstáculo para llegar a la cámara de representantes en 1924.
El problema obrero con la llamada cuestión social por la aparición en las ciudades de los cinturones de miseria y desempleo, esas agitaciones pedían educación, salud e higiene, un término nuevo para entonces en el país.
Terminaba la cosa con la adecuación política administrativa, conectado el problema de razas y la cuestión religiosa, separación de poderes, luchas del liberalismo y de la burguesía por arrancar de las garras de la maquinaria eclesiástica enmaridada con estamentos conservadores hegemónicos y retrógrados.
Es de recordar al escritor colombiano Pedro Sonderéguer, desde Argentina, afirma que en Colombia en 1919 no había Registro Civil por lo tanto las elecciones eran fraudulentas, no había impuestos, ni Marina Mercante, ni Estadística, ni contabilidad nacional, no había régimen bancario ni Banco Nacional, ni Carrera administrativa, ni seguro Social ni jubilación..
Todo eso era en 1920. Hoy en 2021 por solo mirar las cosas en el Cesar y Valledupar, un simple y sencillo repaso nos muestra el mismo caos, unos campesinos peleando tierras con empresas mineras, un gobernador indígena de la Sierra Nevada apartado del cargo por la Corte Constitucional, un alto desempleo y miserias en las calles, registros de vacunación inferiores al índice nacional, colegios que inauguran unas baterías sanitarias (vuelve la higiene), con bombos y platillos, la inauguración de un pedacito de calle pavimentada con ministro a bordo, ni para qué mencionar unos elefantes blancos, pero de colores políticos definidos y actuantes por ahí, como si nada.
Pero el pueblo, la masa de siempre, pendiente de bailarse ‘La gorda’ de Poncho Zuleta, Ana del Castillo anuncia por redes un concierto de tres mujeres, ‘Tres Crestas’, dice para que los costeños que tenemos un diccionario vivo entendamos mejor; otros dispuestos a sacar el técnico de la selección Colombia por falta de goles y algunos desconcertados porque la Señorita Colombia de Cartagena no le dieron la publicidad de antes.
Definitivamente la historia siempre será la maestra, no repetirla es puro cuento y de ñapa los precandidatos presidenciales pregonando que problemas nacionales no son educación, pobreza y desigualdad, sino Venezuela, Petro y Hezbolá, tampoco me pregunte qué es eso. Joda ombe…