La aprobación en un santiamén de la Ley de Seguridad Ciudadana nos ratifica como país singular; el beneplácito de la ley, a las volandas, sin debates profundos como ameritaba, nos pone nuevamente a la vanguardia de sociedades retardatarias.
Más frecuentemente de lo usual, nuestra clase dirigente apela a propensiones conservadoras, reaccionarias, enquistadas en un amplio sector de la sociedad que, de múltiples formas -irregulares muchas veces- facilita la ostentación del poder por períodos excesivamente largos de esa elite cerrera, fascista, a contra pelo del resto de naciones latinoamericanas, donde se ha cumplido una ley extensiva en el mundo: la del péndulo: alteración de partidos y organizaciones políticas antagónicas.
Colombia constituye una excepción con respecto a los demás países suramericanos, donde han gobernado mandatarios de distinto signo ideológico.
Somos adversos al cambio, a la implementación de modelos políticos y económicos opuestos. Tremendamente conservadores en materia política.
Contar con una de las burguesías recursivas y habilidosas del continente, puede arrojar alguna luz a dicha tendencia.
Pero a no dudarlo, la persistencia de organizaciones armadas izquierdistas y la respuesta representada por su contrapartida: el paramilitarismo, que superó en sevicia y barbarie el accionar de aquellas, la bendición y patrocinio de estas últimas organizaciones por importantes agentes del Estado, amén de su estrecha alianza con el narcotráfico, han contribuido a reforzar una mentalidad retrógrada, apegada al statu quo.
Colombia es el principal exportador mundial de cocaína, los operadores del negocio son esencialmente proclives a mantener el Estado de cosas.
Estos actores son prominentes financiadores del poder y de la clase política tradicional. Entrelazan un conjunto de factores retroalimentadores de la endeble democracia.
El narcotráfico insufla el aparato económico. Adquiriendo enorme capacidad para insertarse en intersticios de estructuras financieras y económicas, simultáneamente funge como potente agente social.
Cualquier escenario de cambio es instintivamente rechazado por este sector de la ilegalidad. Se han amoldado, el estado de cosas les favorece.
La corrupción y sus beneficiarios tanto desde dentro del Estado como por fuera, son igualmente reacios a cualquier alternativa política trasformadora.
La corrupción es un fenómeno sistematizado y generalizado en el país. Los participantes en este entramado no son un grupo desdeñable y constituyen otro regimiento hostil al cambio. Obviamente, los grandes latifundistas integran un baluarte de esa doctrina.
La insólita, inesperada y absurda victoria del NO en el plebiscito generó un cáustico mensaje por un expresidente uruguayo: Colombia: nación esquizofrénica.
La consecuente y desenfrenada campaña para demoler el Acuerdo, con peregrinos argumentos, similares a los usados en la campaña por el NO, conceden razón al exmandatario.
Esos argumentos escudan inconfesables, torvos y mezquinos intereses de un sector atrabiliario que medra y saca provecho del estado quo, disfraza sus intereses con tesis deleznables.
Actualmente están solitarios en esa mísera cruzada; contraviniendo a la comunidad internacional, a gran parte de la sociedad colombiana, a incuestionables impactos en reducción de delitos, atentados, masacres, enfrentamientos militares y por supuesto a la lógica y al sentido común.
Ese extremismo acaba de ser revalidado mediante la inoportuna, ilegal, inconstitucional y oprobiosa ley en complicidad con mayorías legislativas que a mermelada limpia han respondido desatinadamente, y de modo soberbio a las legítimas demandas sociales, culturales y económicas expresadas en las movilizaciones.
Desoyeron, rebatieron, legislaron a contrario sensu de recomendaciones de la Corte Suprema, de Organismos Internacionales de Derechos Humanos.
Estamos en una isla. Procedimiento típicamente dictatorial. En Chile, ante similar situación, un presidente de derecha, demócrata y civilizado respondió con la convocatoria a una Constituyente. Aquí operó la ley de la selva, o del lejano oeste. Un aprendiz despótico halagó el extremismo de su grupúsculo. Respondió con semejante exabrupto legal.
Por José Luis Arredondo Mejía.