Partida en dos, y no entre partidarios de la guerra y de la paz, como pretende el Gobierno convencer al país, porque desde la de los Mil Días, Colombia nunca ha estado “en guerra” contra ningún Estado ni grupo interno “beligerante”, que así no puede calificarse la violencia narcoterrorista que ha asolado al país. Dios nos salve de una guerra. Las imágenes de las ciudades Sirias me recuerdan las de las ciudades europeas devastadas.
Eso es una guerra.
Las Farc siempre se han sentido “en guerra” contra el Estado para derrocarlo, y se autodenominan “ejército”, dizque del pueblo, aunque el pueblo no les haya otorgado tal condición. Aun así, el Gobierno les concedió la de beligerantes –así lo niegue–al darles las prerrogativas de alta parte negociadora; al negociar con ellas –así lo niegue–, transformaciones profundas al Estado de Derecho, entre ellas una justicia “restaurativa”, que garantiza –así lo niegue– su impunidad por delitos atroces; al firmar con ellas un Acuerdo que amerita elevarse de inmediato a la Constitución; y al someterlo –empaquetado–, al escrutinio del pueblo con la disyuntiva sumaria del SÍ o el NO.
Eso es lo que tiene a Colombia fracturada. La mitad del país no acepta la forma y alcance de las negociaciones con las Farc. La mitad del país no acepta que 7.000 colombianos –también lo son –con armas en bandolera y otros tantos milicianos, impongan condiciones a más de 44 millones de compatriotas. La mitad del país no acepta que haya impunidad para crímenes de lesa humanidad, que han causado multitudinaria indignación contra las Farc.
La mitad del país no acepta que en la institución democrática que alberga a los elegidos por el pueblo para representarlo –el Congreso– se sienten de inmediato los perpetradores de crímenes atroces, sin que nadie los haya elegido, sino por generosa concesión del Gobierno.
En 2014, la mitad del país se pronunció en las urnas contra ese asalto a la democracia. Otro medio país estuvo a favor, pero la victoria en las urnas no es una patente de corso ni puede desconocer las instituciones republicanas.
Colombia está peligrosamente fracturada por esa sordera gubernamental. Quienes hemos expresado diferencias hemos sido estigmatizados como amigos de la guerra y también perseguidos de múltiples formas. Colombia está partida en dos por culpa de una negociación mal encaminada, que hoy tiene al país frente a la incertidumbre total.
El pueblo decidirá, presionado por la propaganda oficial repitiendo el argumento extorsivo de que el SÍ es la paz y el NO es la guerra. El Acuerdo logrado no es “el mejor posible”. La victoria del NO abre el camino a la renegociación y a un Acuerdo viable, que permita la reincorporación digna de las Farc y la reunificación del país alrededor de la paz.
Nota bene. La salida del Procurador, conveniente para el SÍ, y otro síntoma de la fractura.