Por: Raúl Bermúdez Márquez
Cosa curiosa: hasta el Departamento de Estado de los Estados Unidos se pronuncia a favor de una normalización de las relaciones políticas y comerciales entre Colombia y Venezuela. Y lo que parecía improbable se estaba dando: unas declaraciones de respeto y de disposición al diálogo constructivo entre el presidente electo de Colombia, Juan Manuel Santos y el presidente Hugo Chávez, de Venezuela, hacían presagiar que la horrible noche de las tensas relaciones bilaterales daría paso a la claridad esperanzadora del restablecimiento de los lazos fraternales de dos naciones unidas por la historia.
Los empresarios, los ganaderos, los comerciantes, la población fronteriza de ambos países y hasta el presidente del BID, Luis Alberto Moreno, exteriorizan su preocupación por el deterioro de las relaciones entre Colombia y Venezuela.
El mismo ministro de hacienda, Oscar Iván Zuluaga, decía en Santa Marta hace poco que “el bloqueo a las exportaciones colombianas nos ha costado al menos 1 punto del producto interno bruto”, en un acto donde también admitió que la crisis en las relaciones comerciales con ese país ha perjudicado enormemente la generación de empleo en la frontera. Y es que el balance después de un año de “congelamiento” como lo llama Chávez y de “bloqueo” como lo llama Uribe, no puede ser más lamentable: nuestras exportaciones al mercado venezolano han caído de los 6.000 millones de dólares que alcanzaron en el 2008 a alrededor de 1.000 millones de dólares que sumarán este año. Lo cual se traduce en desempleo, en quiebra de los pequeños y medianos productores y comerciantes de la frontera, en el cierre de empresas y establecimientos comerciales, en tal magnitud que en Cúcuta el 80% tuvo que desistir por la falta de compradores.
Algo similar se registra en Maicao, en la frontera guajira. A pesar de todo, el nuevo escenario de cambio de gobierno en Colombia parecía crear las condiciones para que el vidrio panorámico entre los dos países comenzara a desempañarse. Pero vino el baldado de agua fría arrojado por un gobierno en sus estertores, que no parece resignarse al buen retiro. El actual ministro de Defensa, Gabriel Silva, sacó a la luz pública unos videos y unos mapas como “prueba” de la presencia de comandantes guerrilleros de las FARC y el ELN en campamentos ubicados en territorio venezolano. Como bien lo apunta Daniel Coronel en su columna de Semana, “Uribe sabía de la actividad de las Farc y el ELN en Venezuela desde los albores de su gobierno. Aún así, le pidió a Chávez en 2007 que mediara para un intercambio humanitario. Curiosamente, cuando el entonces ministro de Defensa Santos se atrevió a decir que eso le creaba un gigantesco espacio a Chávez que antes no tenía, fue desautorizado a través de comunicado de la Casa de Nariño por afectar la dirección de las relaciones internacionales de Colombia”. ¿Por qué hasta ahora utiliza esas “pruebas” para llevarlas a una reunión extraordinaria de la OEA? ¿Cuál es el verdadero propósito, si el delegado de Colombia en la OEA, Luis Alfonso Hoyos, se apresura a aclarar que no se busca una condena a Venezuela? Es difícil lanzar alguna hipótesis sobre las intenciones de alguien que como dice José Obdulio posee una “inteligencia superior”. El analista político Alfredo Rangel, uribista confeso, sostiene que “A Uribe se le nota el afán de advertir no solo que él no olvida el tema, sino que su estrategia de confrontación a Chávez es la única posible”. Por eso, está molesto con algunas decisiones de Santos que denotan cierta independencia. Sobre todo en el nombramiento de María Ángela Holguín como nueva canciller. María Ángela es una exembajadora en Venezuela que promovió unas relaciones armónicas con Chávez y de “ñapa” renunció como embajadora en la ONU por no estar de acuerdo con la utilización clientelista de la burocracia diplomática. Son diferencias apenas de estilo; de todas maneras, para contrarrestar estos coletazos mesiánicos, que no serán los últimos, Santos tendrá que recorrer un camino duro para demostrar al país que él es él, y el otro es otro.
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