Colegio Loperena: un hijo pródigo de la Revolución en Marcha

Raúl Bermúdez Márquez

Don José Manuel Pumarejo Casuso, nació en la villa de Santoña, obispado de Santander, en España y falleció en el Nuevo Reino de Granada en 1799. Llegó y se instaló como capitán de granaderos en Riohacha. Fue un hombre adinerado con varias y conocidas estancias y hatos. Se casó con doña Juana Francisca Mojica Molina, natural de Valledupar e hija de Nicolás Mojica Rojas y María Jacinta Molina, todos naturales y vecinos de Valledupar. Al enviudar volvió a contraer nupcias con doña Rosa María Daza Bolaños, hija de Bartolomé Daza Mendoza y María Bernarda Bolaños Osorio, de conocidas familias en la región.
De ambos matrimonios hubo descendencia, cinco hijos en total. Uno de ellos José Domingo Pumarejo Daza se casó con doña Ciriaca Quiroz Daza, de cuya unión nació doña Josefa Pumarejo Quiroz, a la postre esposa de Antonio de Mier Rovira residente en Honda; estos no tuvieron descendencia, pero se convirtieron en los padres de crianza de su sobrina Rosario Pumarejo Cotes, de cuyo matrimonio con un próspero comerciante de Honda, de nombre Pedro Aquilino López Medina nacería el 31 de Enero de 1886 Alfonso López Pumarejo, (Caballeros Andantes),el presidente de Colombia (1934-1938) que de acuerdo a un estudio revelado hace unos meses por la revista Semana, ha sido el mandatario colombiano cuya obra de gobierno ha resultado la más significativa para la modernización del país, en toda su historia.
En el ámbito educativo, la Revolución en Marcha, como llamó a su programa de gobierno, promovía una democratización de la educación, más técnica y científica, y pretendía que ésta se impartiera también fuera de los ámbitos tradicionales como escuelas, colegios y universidades. El círculo académico, hasta el momento tan reducido, tendría que llegar a los rincones más insospechados. (Biblioteca virtual Luis Ángel Arango). Para el presidente López, la educación pecaba de elitista y se formaban, en las universidades y colegios, burócratas completamente ajenos al país. Había que darle la cara a las necesidades y enviar verdaderos maestros a las escuelas. Era prioritario invertir ya no tanto en carreteras y caminos sino en escuelas, bibliotecas, colegios, laboratorios y universidades. Así, entonces, a partir de la década del 30, el Ministerio de Obras Públicas empieza a construir una serie variada de inmuebles de suma importancia, los que abarcarían diversos estilos. En el año de 1940 se ordenó la construcción del Colegio Nacional de Loperena en Valledupar, y se encargó la obra, un año más tarde, al ingeniero Julio Bonilla Plata. En 1943 se inició su construcción en ladrillo cubierto por pañete blanco (revoque), con placas de concreto, techo con teja de barro y pisos de baldosín. Su área era de casi 2.000 metros y se proyectó con capacidad para albergar más de 300 alumnos; tenía ocho aulas generales, tres especiales, salón de actos, la biblioteca, un museo y la dirección.
Los alumnos no eran únicamente externos; la mayoría, venidos de la provincia, debían quedarse y se levantó para tal fin el pabellón de dormitorios, último en hacerse junto con el economato. Inicialmente, su grado máximo fue cuarto bachillerato; por eso, la juventud vallenata de entonces debía culminar el ciclo secundario en el colegio más cercano de la época: el liceo Celedón de Santa Marta. Allá fue a parar el joven egresado Rafael Calixto Escalona Martínez que aprovechó para componer una de sus célebres canciones: “El hambre del Liceo”. Además de Escalona, por sus aulas, pasaron un sinnúmero de estudiantes de la provincia del Valle de Upar y de la Guajira que brillaron con luz propia. Ese patrimonio cultural, monumento nacional, está hoy, de acuerdo a las últimas evidencias presentadas por la prensa, sumido en una profunda crisis que amenaza hasta con la desaparición física por el debilitamiento de sus estructuras y el agrietamiento de sus paredes. Sería fatal. Quienes pasamos por sus aulas, la ciudadanía valduparense y los gobiernos municipal y departamental no tenemos ningún derecho a pasar como espectadores impávidos del acabose del centro de educación medio más íntimamente ligado a nuestra historia y a nuestros afectos. Hay que hacer algo hoy para evitarlo. Para mañana… sería tarde!

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