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Clemente Carabalí Serrat

El personaje de que se trata, de orgulloso oficio lotero, con semisaltones ojos y extraviados dice que es la “cuarta maravilla” porque la primera es Carlos Gardel, la segunda el Junior y la tercera el extraordinario ‘Poncho’ Zuleta y este -dice Carabalí- es quien le dice que él es la “cuarta maravilla”. Enseguida con curioso gesto afirma -¡Soy feo, qué belleza!

El habitad de Carabalí es el entorno del Palacio de Justicia de la ciudad. Un ya viejo edificio cargado de porciones de justicia y de injusticias. De jueces, fiscales y de abogados, probos, decentes, con méritos y de los otros; no de fiar, venales. De servidores judiciales comprometidos y de los otros. De enrarecido aire, pero al mismo tiempo de aceptable intelectualidad jurídica, comportamientos transparentes, neutros, sensibles, pero también de ambientes hostiles. Todos contra todos. Y todas. Carabalí, señala que silenciosa, sigilosa y reservadamente se entera de lo divino y de lo humano, porque deambula de abajo arriba de arriba abajo, de lado a lado por todos los pasillos de la casa de la justicia del Cesar.

Resulta llamativo como se aproxima Carabalí a la caza estratégica de un potencial cliente para lograr su atención. Nunca empieza ofreciendo que se le compre lotería, ¡jamás! sino que, con natural prosopopeya casi siempre hace señas que quiere -con desinterés- saludar, sin ningún ánimo -como no- de ofertar el producto que visiblemente carga en su brazo izquierdo. Emplea en su oficio, “realismo macondiano”.

-A ver, carabalí- cómo anda todo, ¿cómo están las cosas? Le cuento que eso de la descomposición moral y ética se salió de madre, está podrida, porque en Villavicencio -dizque- existe un cartel de jueces y magistrados enredados en corruptelas, el director de fiscalías anticorrupción resultó cochinamente corrupto, el secretario de seguridad de Medellín asociado con sicarios, eso tiene a todo el mundo bailándoles la mollera y comentando indignados (hasta con rabias) esto y aquello y lo demás allá. El ánimo colectivo esta emocionalmente enrarecido. Los juicios éticos son profundos y se exponen con circunspección -a propósito, doctor ¿qué es circunspección?-. Prudencia, seriedad y rectitud -Carabalí-. Ah, alza la manito con el pulgar hacia arriba.

La verdad es que yo no participo de la deliberación pública del carrusel de la corrupción -dice Carabalí, tocándose la barbilla- porque como están las cosas solo me importa subsistir, con los míos. No es egoísmo, ni viveza, sino que aquí lo que no hay es orden y disciplina, respeto a las reglas de convivencia. En los sucesivos dos gobiernos de Uribe y los dos gobiernos de Santos, todo vale, entonces, las huestes de ambos son substancialmente cínicas y deben ser sancionados con el látigo de la no repetición. Elevó los brazos -y dijo apretando los puños- ¡He dicho!

Hace más de veinte años conocí al auténtico Carabalí por intermedio del aprestigiado abogado Alvaro Morón Cuello, quien le tiene especial estima y miramientos, porque rápidamente se solazan con las ocurrencias épicas y agudas de ambos. Las del primero sutil e inteligentemente doctas -cuando Zuleta concentradamente lo escucha (me mira) y repetidamente meneando el índice se toca la punta de la lengua y con ojitos semi-cerrados se muere de risa- las de Carabalí jocosamente ingeniosas. Elementalmente breves, pero penetrantes. Caricaturescas.

-Ah, doctor abogado- anoche soñé con usted y con la doctora, que se iban a ganar la lotería de Medellín -extiende la mano- con este número el 2929 serie 013 -¿qué le parece?- y a continuación entrecierra los ojos ¡si es su gusto, claro está!

Por Hugo Mendoza Guerra

 

 

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