La primera clave es que la marcha fue un hecho político; inédito por lo prematuro -a tan solo 49 días del gobierno de Petro- y como todo hecho político, generó opinión y conversación cotidiana.
Ese tipo de conversación, la cotidiana, tiene un efecto multiplicador porque permea y entra en el colectivo social, en la masa; se cuela en cafés, oficinas, bares y en los aposentos de las casas.
La otra clave es que la política se abrió a otros espacios; también se hace en la calle y en las redes y no solo en el Congreso ni con los políticos. Ello no es nuevo. Petro, Hernández y Fajardo repudiaron a los políticos y a los partidos políticos en campaña y tuvieron el 72% de los votos. La marcha refleja desconfianza en la institucionalidad política, la población les tiene hastío, y por lo mismo la oposición se hará, no tanto en el Congreso, sino con marchas en la calle y en las redes sociales. Y la impulsará más la ciudadanía que los políticos. Los amigos de Petro también apelarán a esos mismos espacios comunes. Ahí también se movilizarán. De hecho, están convocando una marcha de apoyo para noviembre.
Pero sin confianza es difícil gobernar. La confianza es lo que hace posible movilizar a diferentes sectores de la sociedad en torno a un objetivo común. Y la marcha manifestó desconfianza contra las reformas de Petro y contra los políticos.
Las marchas, cuando van y vienen a cada rato, y la hace uno y otro bando, polarizan y radicalizan más a la ciudadanía. Así mismo, tienden a reforzar identidades políticas e ideológicas de cada lado. También, transmiten sin quererlo, el mensaje que todavía se está en campaña electoral y no en el ejercicio de gobierno. El lenguaje de campaña es confrontacional, y eso hace el petrismo, pero en el gobierno debe ser lo contrario, buscar acuerdos. Eso hace Petro, se reúne con Uribe, pero el sequito transita otros caminos que le van a costar gobernabilidad al presidente.
La marcha también puede ser la respuesta a una amenaza. Parte de la ciudadanía siente amenazado su futuro, su bienestar y sus bienes y percibe revancha con las reformas. Y la amenaza cohesiona. Moviliza. También empuja al conservadurismo a amplios sectores de la sociedad. La identidad política emerge en períodos de amenaza.
Las marchas hacen que la gente comience a alinderarse, a posicionarse y dichas posiciones son estables a largo plazo, no se pasa de ser, por ejemplo, proaborto a antiaborto; otros se alinean desde la argumentación, otros desde la ideología y otros desde su sesgo de confirmación en los temas importantes y controversiales de hoy día y ello, pueden ahondar la fractura de la sociedad.
Hay que recordar lo que dijo Boric en Naciones Unidas: “los resultados del rechazo son la expresión de una ciudadanía que demanda cambio sin poner en riesgo sus logros presentes, cambios con estabilidad (..)”.