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El ‘cirujano’ de los muertos

Este hombre de 60 años tiene 42 años conviviendo con cadáveres. Su labor de tanatólogo es reconocida en la capital del Cesar.

Aprendió a convivir con el olor de los muertos. El ambiente putrefacto parece confabularse con su destino, pero esa es su forma de vida, la misma que le sirve para ganarse el pan de cada día conviviendo literalmente con cadáveres.

No conoce la sensibilidad a la hora de tomar el bisturí para cercenar las partes internas, sus fosas nasales parecen impermeables para cualquier fetidez natural de un cuerpo sin vida. El hombre de contextura gruesa y de poca estatura se gana la vida en medio de los muertos.

Alfredo Villegas Morales lleva 42 años en la labor de tanatólogo, un oficio del que asegura “lo hace a la perfección”. Sus manos robustas están destinadas a lidiar con la sangre mitigada por el freno violento de un corazón apagado.

Jamás mira los ojos de su ‘paciente’, no quiere ser el espejo del dolor ferviente en medio de una cirugía, tampoco enajena su labor a la hora de romper tejidos o músculos anestesiados por el vigor de la muerte. Su computador es un mesón; el mouse un bisturí y la muerte ocupa su agenda diaria.

Su historia
‘Villeguita’, una historia detrás de los muertos. Su segundo hogar parece ser los frondosos árboles de mango de Medicina Legal en Valledupar. Es un protagonista en medio del dolor ajeno; su mirada divaga entre la tragedia sensata y la absurda sensación de devorar los órganos internos de alguien, que la mayoría de las veces nunca conoce.

Para él no es una labor desagradable porque aprendió con astucia los secretos de manipular con cadáveres, no importa el grado de descomposición en que se encuentren. “Uno sabe la forma en que llega la persona que ha fallecido para luego tomar precauciones, cuando hay factores de VIH de por medio o cualquier otra enfermedad que me represente riesgo, de esa forma se activarán los protocolos de seguridad e higiene. Es importante tener una ropa especial: bata, tapabocas y guantes. Lo primero que hay que hacer es inyectarle el químico para apaciguar el mal olor y luego proceder a las labores de tanatopraxia, es decir, abrir el cadáver, sacarle los órganos, aplicarle el formol y demás químicos. Hay que tener pinzas y la máquina para aplicar el formol, también la llaman inyectora”, explicó este hombre nacido en Tamalameque, Cesar.

Aún recuerda sus primeros pasos en una profesión a la que llegó literalmente de carambola. “Yo hice en Barranquilla dos semestres de taxidermia, una profesión asociada a la anatomía, eso fue por allá en 1972, me retiré porque no tenía plata, incluso había peleado con mi papá, mi hermano laboraba como camillero en el Hospital Rosario Pumarejo de López y me llamó para que trabajara con él pero ya yo traía nociones de tanatología. Recuerdo que en 1975, el doctor Marcelo Calderón me recomendó para preparar al obispo Roy Villalba, quien había fallecido de un infarto, esa fue mi primera experiencia y desde allí me convertí en una persona empírica en este oficio. Yo preparo los cadáveres para dos, tres o cuatro días, una vez realicé un trabajo para un muerto que enviaron para Arabia Saudita el cual requirió de mucho formol para que se conservara”, recordó Villegas Morales.

Su labor es reconocida en las diferentes funerarias de la capital del Cesar, en donde presta sus servicios. “Yo me gano $80.000 cuando es muerte violenta y $40.000 cuando la persona falleció de manera natural. En el primer caso le aplico 400 centímetros de formol y en el segundo 200, eso me lo enseñó la experiencia, al momento de aplicarle los químicos en las venas hay que meterle algodón en la garganta para evitar que por ahí se vengan sustancias que aún permanecen en el cuerpo de la persona fallecida”, explicó Alfredo Villegas Morales.

Escenas sangrientas
A lo largo de su profesión, este tanatólogo de 60 años recuerda franjas anecdóticas propias de un oficio en el que a veces hay que cederle espacios a la impotencia. “Un día mataron a 22 paramilitares en el corregimiento de Caracolí, me tocó prepararlos a todos, recuerdo que un comandante de las autodefensas me dijo que me daría $1.200.000 por todo el trabajo, pero luego me dio $700.000; uno ahí no puede hacer más nada, tocó aceptar”, recordó el hombre de cara redonda y ojos grandes que no disimula su pasión por el oficio que le sirvió para levantar a sus siete hijos.

Sus ojos y sus manos también fueron testigos de un cuadro desgarrador de los tantos que le tocó vivir por obligación. “En 1981 un bus pasó por encima de un muchacho en Bosconia, tuve que reconstruirlo para poder enterrarlo, eso fue desagradable y una escena muy horrible, jamás me había tocado preparar a alguien que quedó literalmente destrozado. Mensualmente yo preparaba entre 60 y 80 muertos, ahora las cosas han bajado porque ya hay muchos tanatólogos en la región, pero que tienen muchas deficiencias en este oficio”, reconoció ‘Villeguita’.

Por cosas del destino o mejor por situaciones de colegaje, Alfredo Villegas conoció a Marcela Díaz quien también se desempeña en este mismo oficio y desde entonces, su hogar vive literalmente de los muertos. “Ella es mi actual compañera, pero vive en El Difícil (Magdalena) en donde tiene una funeraria aprovechando sus conocimientos en la preparación de cadáveres”, puntualizó.

No conoce la sensibilidad a la hora de tomar el bisturí para cercenar las partes internas, sus fosas nasales parecen impermeables para cualquier fetidez natural de un cuerpo sin vida.

Nibaldo Bustamante/EL PILÓN

 

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