El alma que nos ilumina desde la eternidad, cuyo cuerpo yace en esta casa de Dios, y hoy recibirá la tierra, fue la de un hombre caribe por excelencia. Ciro fue un costeño integral en la más elevada noción de cuanto ello implica. Hombre de campo y alto ejecutivo; de club y de caseta, de parranda y de tertulia, el mejor conversador en las mesas del Country o del club Valledupar, y agudo contertulio de quien quisiera hablar con él en Bosconia o en las poblaciones más humildes, pero interlocutor de quilates en los más exigentes foros del país…
Nació en Valledupar, cuando la hoy pujante y bella capital del Cesar era apenas un villorrio sin luz eléctrica ni pavimento, aislado en el territorio mediterráneo del Caribe, pero hizo de Barranquilla la sede de su amor… se estableció aquí hace décadas al lado de su querida Merci, y amó a Barranquilla clavándose en sus gestas ciudadanas y en el emprendimiento colectivo. Fue un Vallenato de cepa y un Barranquillero integral. Ciro fue en todas partes, un gran exponente del hombre Caribe…
Los lazos que tejieron su raigambre solo se entienden pensando en su madre Trine Riveira quien educó casi sola a sus hijos enfatizando en valores y les inculcó, sin duda a todos, los materiales para la confección de lo que fue, en Ciro Monsalvo, la matriz de su existencia: Honradez, Lealtad, Firmeza y Sencillez.
Ciro Monsalvo fue un gran padre y un amoroso hombre de familia, pero su rasgo fundamental con todos es que fue el amigo por excelencia. La noción de amistad llevada a la más alta concepción de lo que es el tesoro de la coexistencia humana en esta fugaz vida terrenal. De su voz siempre hubo para quienes tuvimos el privilegio de su amistad, un consejo oportuno, mesurado y franco. Nunca fue imprudente pero siempre concibió la relación con sus amigos como una extensión de sus propias responsabilidades…
Ni que decir del hombre público, del gerente regional de la Caja Agraria que a todos sirvió, o del gerente general del Idema en los tiempos del ministerio de su amigo Carlos Murgas, o de su papel como cabeza de Ciledco durante tantos años… Un hombre de todos, que no estuvo exento de la tentación de la política cuando trató de regresar al nido como candidato a la Alcaldía de Valledupar, evocando la canción vallenata que aludía a que, a pesar de haberse mudado hace tantos años a La Arenosa, “por muy alto que vuele y se eleve el águila siempre regresa a su nido con precisión”.
Aquella vez no logró ser alcalde, pero su presencia de águila añeja se siguió sintiendo hasta hace pocas semanas en la política cesarense, siempre con argumentos potentes desde el “tanque de pensamiento” que es la tertulia del Turco Pavajeau en la Plaza Alfonso López, hasta su liderazgo como local en Bosconia donde pasó tantas noches al abrigo de su querida hacienda ganadera en el playón de las riberas del Canal Garcés…
Una oración reveladora, atribuida a San Agustín, nos habla de cómo “La muerte no es nada”. La muerte de esta vida. Y es verdad. Este es un tránsito en carne y huesos, y el verso nos dice “llámame por el nombre que me has llamado siempre, háblame como siempre lo has hecho. No lo hagas triste, sigue riéndote de lo que nos hacía reír juntos” … Hoy cuando pienso en esas palabras, se me antoja que en efecto hay vidas para llorar, pero la de Ciro es una existencia para celebrar, porque fue un faro de su familia, fue un referente de lealtad, fue un caballero en la más elogiosa y arcaica concepción de la hidalguía, y fue un hombre grato, feliz, que nunca tuvo displicencias con nadie y siempre se portó con el temple de los hombres que no son altivos ante los humildes ni humildes ante los altivos…
Ciro fue el mejor de los amigos del mundo.
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Mi padrino fue para mí como un padre, y con frecuencia más que un padre, no hubo momento alguno de mi vida en el que no se hiciera presente, desde mi nacimiento hasta las horas más duras vividas. Siempre oportuno, siempre independiente, siempre lleno de la autoridad de su vida ejemplar, franco y claro, pero sobre todo leal… leal en una forma que empieza a desaparecer en la conducta humana. Leal sin haber conocido la obsecuencia. Leal y robusto en su afecto indeclinable para quienes amó.
Podría llenar de anécdotas páginas y páginas sobre la historia paralela de mi vida y la de mi familia con “Chirolo”, como nos enseñó a llamarlo mi padre, Alvaro Araujo Noguera, quien fuera su amigo entrañable desde la época de estudios en los años sesenta en el apartamento 886 de Bogotá… época de travesuras juveniles que evocaban con delicia entre risas que les hacían sollozar de gusto. Les escuché tantos cuentos y anécdotas que muchas veces cuando las recuerdo pienso que yo mismo estuve ahí.
Ciro fue el mejor amigo de mi padre, el más leal, y el que nunca declinó el derecho a la franqueza a cualquier costo. Además, asumió el papel de ser, como ya dije, un verdadero padre para los hijos de su mejor amigo…
Echaré de menos a mi padrino adorado, lo recordaré con el nostálgico egoísmo humano que confundimos con dolor, cuando perdemos alguien tan fundamental en nuestras vidas, pero estoy seguro, recordando su sonrisa inmensa y franca, que si mi padrino me viera, me devolvería a las palabras finales del texto atribuido a San Agustín, y haría propias esa palabras diciéndome, o diciéndonos a todos…
“El hilo no está cortado. Recuérdame y volverás a encontrar mi corazón. Volverás a encontrar mi ternura acentuada. Enjuaga tus lágrimas y no llores si me amas”.
Por: Sergio Araujo Castro