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Champaña en totuma

La champaña es considerada una bebida de élites, no en vano desde que la corte francesa en el siglo XVII la volvió popular entre la nobleza, a partir de ahí alrededor de ella existen cánones que van desde su mismo origen (solo se llama champagne a la bebida  que se produce con ese tipo de uvas en esa zona de Francia, todo lo demás es vino espumoso), adicional a la obligatoriedad de servirla a la temperatura ideal y sobre todo en la copa ideal debido a las características especiales que requiere para que las burbujas puedan generar la sensación que otro vaso no puede darle, sin embargo no falta el que la sirve en vasos desechables y con hielo picado, ¿qué están en su derecho? Sí, pero de que es un exabrupto, claro que sí.

Pero no vengo a hablar de champaña ni de vinos, solo utilizo la metáfora para visibilizar un problema que consiste en refrendar lo grotesco, lo mal hecho y lo chambón a fuerza de popularizarlo, y sé que estallarán otra vez los fanáticos a sepultarme, pero en síntesis uno discute sobre hechos y razones porque para fanatismo están algunas religiones, y me refiero puntualmente a lo que está pasando con la música en todos sus géneros, especialmente, con la música vallenata y creo que ya me había referido en alguna ocasión al innombrable reguetón y su nefasta influencia subcultural y muy recientemente lo hice también en la columna titulada “Los sin talento”. 

Pues bien, la última trinchera que nos quedaba a los que nos resistíamos a reafinar nuestro oído y a eso que recientemente se reproduce en emisoras y en ese monstruo de mil cabezas que hoy llaman plataformas de ‘streaming’, y que son el producto de afinaciones artificiales, programas de auto tune y toda una serie de herramientas tecnológicas que hacen que hasta el más desafinado vendedor de butifarras suene en producto terminado como el más destacado tenor, esa última trinchera se llamaba clásicos, sí señores, como vivimos en un mundo libre cada quien tiene derecho a elegir qué escucha y qué no, pues yo siempre elijo escuchar mis clásicos y ya Youtube  y Spotify me tiene autogeneradas mis propias listas de reproducción (Playlist) con toda la yuca rucha para oír; pues bien, resulta que en un descuido se me da por pedirle a “mister youtube”  que me reprodujera mi canción favorita de todos los tiempos, Camino largo, del maestro (este si un maestro) Gustavo Gutiérrez e inmortalizada por Diomedes Díaz y Colacho Mendoza en el  año 1980.  

Mi sorpresa, luego acompañada de rabia y de frustración no se hizo esperar, me sale con una versión mal grabada por un hijo de Diomedes que ya todos sabemos que su carrera como cantante no tuvo mérito alguno a dúo con una muchacha que jamás había escuchado en mi vida y se atrevieron a tomar una obra de semejante altura, de semejante significado, porque los arreglos y la interpretación de esa canción en el acordeón de Colacho, la voz de Diomedes, cada coro, cada percusión, cada saludo, incluso, quedaron hechos para que solo  sonara así, una única vez, cierre y bote la llave, ah, pero no, ellos tenían que hacer lo que muchos amateur que no dan por sí solos para sacar la cabeza por falta de talento propio es agarrar un clásico y destrozarlo con semejante mala interpretación, pésimos arreglos y terminan entregando un producto de pésima calidad, al menos para mi gusto.

Creo que se me nota la molestia en lo que escribo, pero la indignación va mucho mas allá, porque además de lo anterior no falta el conocido locutor que vive de la payola que le dice “maestro” a cuanto gritón sale por ahí a cantar vallenato, le ponen la canción al menos cien veces al día hasta que a fuerza de tanto oírla usted termina convencido que en realidad es un “temazo” que vale la pena escucharlo y termina repitiendo como loro que fulanito y sutanejo “lo hacen muy bien”. ¡Por Dios! 

Debería haber una cláusula, una penalización, una verdadera salvaguarda que no permita que las obras que ya gozan de prestigio sean sometidas a sacrilegio musical, y que se consulte al autor si aún vive o a sus representantes si la obra tal como la quieren lanzar cuenta o no con la calidad para ello. 

La champaña se sirve en copa tipo flauta y, así, mil corronchos y un locutor digan que es rica en desechable con hielo picado, jamás tendrán razón.

Por: Eloy Gutiérrez Anaya

Categories: Columnista
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