Nadie lo creería, pero a tan solo 58 kilómetros de Valledupar se puede disfrutar del mismo clima de Bogotá. La diversidad de pisos térmicos en el departamento del Cesar es impresionante. Mi destino de la semana pasada fue el páramo de Sabana Rubia.
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El viaje comenzó hacia las nueve de la mañana. Tres primos y yo, en un campero, iniciamos este camino. La Paz fue el primer centro urbano que atravesamos, seguido del municipio de Manaure, Cesar, para luego llegar al balneario ‘La Danta’.
― ¿Dónde está la vía al páramo de Sabana de Rubia?
― Sigan por esta vía 22 kilómetros, eso sí, tengan cuidado porque diez es camino de herradura―, respondió Lorenzo, un amable señor que encontramos caminando sin afán.
Nuestra aventura apenas comenzaba
El mayor de los primos aprovechó la ocasión para recordar las circunstancias en la que se ideó y construyó la vía: “Fue el entonces gobernador José Guillermo ‘Pepe’ Castro quién en compañía de los dirigentes ‘manaureros’ emprendió la obra. ¡La frontera con Venezuela era el objetivo! ―todos escuchábamos con atención―. El intercambio económico habría significado mucho para el Cesar; sin embargo, los gobiernos centrales de ambas naciones no imprimieron esfuerzos algunos”.
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A medida que avanzábamos notábamos el cambio en la vegetación. Incluso cultivos de café y mora se avistaban a lo lejos. San Antonio fue la primera vereda que encontramos en el camino, en tanto que el municipio de Manaure ya iba asomando a lo lejos en pequeñas dimensiones. Treinta minutos más adelante nos esperaba la vereda El Cinco. ¡La vista es impresionante! Valledupar, La Paz, y otros municipios se apreciaban desde las montañas.
Luego de una hora y cuarenta y cinco minutos de recorrido el camino se acaba. Estábamos en frente de ‘Casa e’ vidrio’. Debo confesar que me imaginaba una edificación totalmente transparente, pero no, en cambio encontramos una construcción cuyas paredes se caían perezosas y a pedazos.
Ciertamente, ese abandono producía sensación de inseguridad. No obstante, y bajo la guía de un primo explorador, emprendimos la búsqueda del mojón que indicaba la frontera entre Venezuela y Colombia. Fueron 30 minutos caminando los cerros de la serranía del Perijá. Frailejones y otras especies desconocidas adornaban el paisaje. Llegamos a una altitud de 3,500 metros sobre el nivel del mar y disfrutamos de una temperatura de 13 grados centígrados. ¡Menos mal llevé chaqueta!
A lo largo de la trocha observamos cómo la organización no gubernamental Norte Americana ProAves tiene la custodia de 749 hectáreas. En ellas se protegen los bosques subtropicales de niebla de las franjas subandina y andina, una tarea loable y que merece reconocimiento pues en dicha reserva habita una gran diversidad de aves, entre ellas el colibrí del Perijá, tapaculo del Perijá y el chamicero del Perijá. Un pequeño hostal es ofrecido por la organización con el objetivo de promover actividades como el senderismo, observación de aves y contemplación de la belleza escénica.
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El potencial turístico de la zona es irrefutable y exhorta a que el gobierno departamental realice inversiones en la serranía del Perijá. Ya han sido titánicas las gestiones del municipio de Manaure que con los recursos de OCAD-Paz ha logrado la pavimentación de alrededor de 12 kilómetros de placa huella. ¡Faltan 10 más! Nos quedamos con ganas de quedarnos acampando ese día. Con seguridad volveremos y nos las quitaremos.
Por: José Vicente Villazón