El índice poblacional en Mariangola, uno de los 25 corregimientos de Valledupar, está creciendo de manera desenfrenada; tiene aproximadamente 4.000 habitantes, conformado por al menos 12 barrios, de los que siete tienen organizada una Junta de Acción Comunal.
Existe un promedio de 1.000 viviendas. Sin embargo, algo inversamente proporcional ocurre allí con la costumbre de cazar y comer animales silvestres, porque han ido desapareciendo.
Por su cercanía a las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, en Mariangola hay una variada cantidad de especies silvestres y la caza de los animales, inicialmente como práctica tradicional de supervivencia, pervive porque la demanda gastronómica por parte de la ciudadanía es significativa, lo cual se puede palpar con los conductores que en las orillas de la carretera a diario compran conejos, venados, guardatinajas, armadillos, ñeques, mojanes, iguanas y otras especies, catalogadas como en vía de extinción.
Sin embargo, los cazadores han ido emigrando, según lo explicó Raúl Pérez Yepes, un hombre que llegó hace 40 años a este pueblo, donde vivió en carne propia los embates del conflicto armado.
“La práctica de la caza tiene varias opciones, algunos lo hacen con perros, otros con chopos o escopetas, como también cazan con trampas. Mariangola es una de esas poblaciones donde muchas veces se caza por encargo, pero hay muchos cazadores que se han alejado del oficio al conocer sobre la presencia de grupos armados. Además, ahora los dueños de las fincas que les prohíben el ingreso”, contó Raúl.
Este hombre, de 58 años de edad, explicó que la falta de ofertas laborales, el incremento en productos de la canasta familiar y las estrategias de las autoridades para controlar esta práctica, que como una herencia pasa de generación en generación.
Son pocos los cazadores en Mariangola, es difícil conseguirlos y tampoco es tan fácil acceder a los animales como en el pasado.
“Hace unos años un cazador salía al monte y regresaba hasta con 15 conejos, ya no. Los horarios para cazar varían, algunos se van a las 7:00 de la mañana y antes de mediodía regresan, otros en cambio salen a las 6:00 de la tarde hasta la medianoche”, recalcó Pérez Yepes.
Los puntos predilectos para cazar son el corregimiento de Villa Germania, y trochas como La Torre, Los Deseos y La Boca del Zorro, zona rural de Mariangola. “La caza es una tradición, inclusive existe la danza del tigre que es en honor a ‘Checho’ Flórez, un cazador tradicional de Mariangola y quien dice capturaba a los tigres bailando. Era el tipo que más tigres cogía”, señaló Raúl Pérez, aunque muy seguramente se refiere a los jaguares que son comunes en la región.
Aseguró que “nadie caza porque le gusta cazar, hay necesidades, pero especialmente han sido costumbres heredadas. En este territorio los trabajos son en fincas para vaquería y ordeño, además sembrado de arroz que este año volvió de nuevo o el mototaxismo; todo eso hace que existan pocos cazadores”.
Las especies más comunes para la venta en Mariangola son conejos, iguanas, loros y una que otra guardatinaja. Ya es casi un mito comer venado, zaino, ponche y el manao; las serpientes, aunque son peligrosas y venenosas, eran capturadas para venderlos a quienes trabajan la medicina natural y la brujería.
“Los cazadores trabajan dos días a la semana. Si salen el martes, con lo que traen venden y comen durante varios días, después salen nuevamente para beber el fin de semana; creo que este es el pueblo que más cerveza consume. Hay mucho abandono de los gobiernos, hay problemas como la drogadicción en el pueblo y eso nadie lo controla”, señaló Raúl Pérez Yepes.
Así como Mariangola hay otras poblaciones del Cesar, entre las que se destacan Aguas Blancas, Cuatro Vientos y El Desastre, Bosconia y Chimichagua, por registrar la práctica de retener, traficar, vender y comer especies propias de la fauna silvestre del Cesar.
Casa matriz
El Centro de Atención de Fauna y Flora Silvestre de la Corporación Autónoma Regional del Cesar, Corpocesar, es la entidad encargada de recibir, rehabilitar, reubicar y liberar individuos de las distintas especies en el departamento.
El director de la Red de Fauna y Flora de Corpocesar, Edgar Patiño Flórez, explicó que el consumo de especies silvestres es algo cultural y para revertirlo no es tan fácil. Sobre el caso específico de Mariangola en Valledupar, indicó:
“Hay dos consideraciones que tuvimos desde Centro de Atención de Fauna y Flora Silvestre; una fue ofrecerles una alternativa laboral a esos cazadores, al principio el ejercicio fue muy bueno porque disminuyeron las ventas en los resaltos de Mariangola. Sin embargo y desafortunadamente en la medida que la gente comienza a entender, en su parecer podrían aportarle a las dos cosas; quisieron seguir trabajando en el proceso con el centro de atención y continuar en la actividad ilícita, pero no dejamos de ver la problemática todo el tiempo. También se han desarrollado acciones sensibilizando desde las bases, a través de los niños, con comics, charlas”.
De igual forma explicó que las comunidades entienden hoy que la presión de las autoridades es mayor sobre los cazadores, que en algunas ocasiones resultan capturados. “No es una economía que dé recursos para su defensa (cazadores). La captura de una persona, tristemente conlleva a un aumento en la presión de caza, porque la retienen y tiene que gastarse un dinero para pagarle al abogado que hace el trámite formal de su defensa; como ese dinero no lo tienen, lo toman prestado y lo pagan sacando más conejos, guardatinajas”, precisó el biólogo.
En cifras, el Centro de Atención de Fauna y Flora Silvestre, que dirige Patiño Flórez, ha recibido (vivos y muertos) 3.580 individuos de fauna silvestre; de los cuales ha rehabilitado 705; reubicado 26; liberado 2.403; además ha apoyado 653 liberaciones. Actualmente el CAVFS, que surge en la Corporación Autónoma Regional del Cesar, Corpocesar, rehabilitar la fauna silvestre decomisada en espacios que simulan el hábitat natural de las especies con asistencia adecuada para luego reintegrarlos al ecosistema. Allí actualmente se mantienen 247 especímenes.
Precios y demanda
Un conejo tiene el precio de $11.000 pesos para los conductores que pasan por la carretera principal de Mariangola, la misma que de Valledupar conduce a Bosconia. Ese valor, para los habitantes del corregimiento, es muy alto porque están acostumbrados a pagar máximo $8.000.
Lo más caro que averiguó el equipo periodístico de EL PILÓN en Mariangola fue una guardatinaja, que según los vendedores pesaba 20 kilogramos y el precio estaba en $300.000. Ese animal es uno de los más apetecidos. Los vendedores aseguraron que ellos no cazan los animales, simplemente los comercializan, comprándolos a un precio menor para subsistir.
Otro animal que encontramos para la venta fue un ñeque, con costo de $25.000 en la parte alta de la Sierra Nevada, pero en el pueblo, su precio es de $50.000. Allí se evidencia, como se están moviendo diferentes actores en el negocio ilícito.
“Por estos días no hay mucho conejo y este tipo de animales silvestres porque el monte está alto, por eso los precios se incrementan durante el invierno; es mucha más barata la mercancía cuando llega el verano porque los campos están despejados y se caza con más facilidad”, explicó un joven vendedor en uno de los resaltos ubicado a cerca de 200 metros de la subestación de Policía de Mariangola.
Para contrarrestar el flagelo y debido a la complejidad del mismo, hay un Comité Interinstitucional en el cual se convergen todas las autoridades del departamento (Policía, Ejército, Fiscalía, Contraloría, Procuraduría y Corpocesar) para velar por el control al tráfico ilegal de fauna. Sin embargo, los operativos no logran controlar la venta de especies silvestres en las vías, porque para algunos habitantes de los diferentes pueblos sigue siendo un negocio.
Campañas de las autoridades
Las autoridades ambientales que convergen en el Comité Interinstitucional de la Red de Fauna y Flora Silvestre del Cesar vienen trabajando en campañas de prevención y socialización especialmente en las instituciones educativas del departamento, influyendo a niños sobre las contraindicaciones legales y ambientales que producen el consumir, retener y comprar animales silvestres.
En las campañas se recuerda que tener animales silvestres se enmarca en un delito tipificado en la normatividad ambiental colombiana (Decreto 1608 de 1978) y penal (Ley 599 de 2000), que establecen el régimen sancionatorio ambiental con la Ley 1333 de 2009.
La comisaria Adolfina Luz Gómez Oñate, jefa de la División de Protección Ambiental y Ecológica de la Policía Nacional en el Cesar, explicó que las especies se incautan y quedan a disposición de la Corporación Autónoma Regional del Cesar, Corpocesar.
“Muchas veces a las personas se les socializa y se les concientiza de que el hecho puede generar una captura, que el proceso tarda hasta dos o tres días, y el juez de control de garantías puede darle la libertad inmediata, pero le queda el proceso pendiente”, indicó Gómez Oñate.
Especies incautadas
Son altos los números de animales y plantas que se comercian de manera ilegal en el país. Hasta diciembre de 2017, de acuerdo a cifras del Ministerio de Ambiente, habían incautado 23.605 individuos de fauna silvestre. La tortuga, la hicotea y la babilla son parte del grupo de animales que más se comercializa.
Los territorios donde más hicieron incautaciones de estos ejemplares fueron Putumayo, Sucre y Montería. En el Cesar hay un promedio anual de 1.000, que corresponde a alrededor del 5% de la cifra nacional.
Mientras tanto, este problema pasa a otros departamentos donde, generalmente, confluyen varios ríos que son usados como canales que facilitan los procesos de acopio y distribución de especies. Los principales son Atlántico, Magdalena, La Guajira, Cesar, Amazonas, Putumayo, Caldas, Guainía, Quindío, Bolívar, Caquetá, Vichada y Risaralda.