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¡Catástrofe humana!

Ya ni las imágenes logran capturar el corazón y la mente para atenuar la catástrofe humana. Genocidios por doquier: en la Franja de Gaza, Libia, Siria, Ucrania, Rusia, Yemen, Israel, históricamente el pueblo de Dios, aunque es de toda la humanidad, Afganistán, Somalia, República Democrática del Congo, y años atrás Ruanda, donde al menos las fotografías sobre sucesos escalofriantes lograron que la comunidad internacional actuara y entendiera la magnitud del sufrimiento y desolación, pero también desencadenaron investigaciones por parte de las Naciones Unidas, cuyo papel es mantener la paz y seguridad internacionales, tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial. 

El genocidio de Ruanda fue un intento de exterminio de la población tutsi por parte del gobierno hegemónico hutu de Ruanda entre el 7 de abril y el 15 de julio de 1994, en el que se asesinó aproximadamente al 70 % de los tutsis. Se calcula que entre 500.000 y 1.000.000 de personas fueron asesinadas. La violencia sexual fue generalizada; se cree que fueron violadas entre 250.000 a 500.000 mujeres durante el genocidio. Los asesinatos masivos se iniciaron tras el atentado del 6 de abril de 1994 contra el presidente ruandés Juvénal Habyarimana y el presidente burundés Cyprien Ntaryamira, ambos hutus, que murieron tras ser derribado el avión en el que viajaban por dos misiles lanzados desde tierra, pero las fotografías hicieron reaccionar al mundo, para pregonar que una imagen vale más que mil palabras y convierten un momento en eternidad. 

Hoy se declara persona no grata a Antonio Guterres, secretario general de la ONU, ya nadie se inmuta ni se ruboriza frente a tanta crueldad, indolencia, demencia y ferocidad, lo que corrobora el expresidente uruguayo José Mujica cuando afirma que la humanidad no ha salido de la prehistoria, recurre permanentemente a la guerra, en contraposición a la razón de aprender a convivir con nuestras propias diferencias, antes que morir por ellas, porque en la guerra nadie gana.

La paz es para gritarla y la violencia para enterrarla, exhortó el presidente colombiano, Gustavo Petro; Toda guerra es derrota, todo se gana con paz, replicó el papa Francisco; Prefiero la más injusta paz que la más virtuosa guerra, sentenció Cicerón; Nunca ha habido una buena guerra ni una mala paz, enfatizó Benjamín Franklin, sabias reflexiones, pero la mente está cauterizada por las ideologías obcecadas.

Ciencia sin conciencia no es más que ruina del alma, porque de nada sirve el poderío bélico de una nación, la prosperidad económica, el desarrollo industrial o su alta tecnología, si esos avances son utilizados como instrumentos de destrucción, para bombardear y masacrar seres humanos, especialmente niños, y claro, como en toda guerra, las peores consecuencias las asumen los civiles por cuenta de psicópatas que en mala hora fueron ungidos como jefes de estado.

Y alardean y ejercen el dominio absoluto como potencias para controlar las empresas que disponen de recursos energéticos a lo largo y ancho del planeta, viven en constante guerra, e invierten billones de dólares en carrera armamentística para someter a los países que no responden a sus intereses económicos.

A sangre y fuego buscan dominar al mundo con bases militares instaladas en la gran mayoría de países, con bloqueos, y a través del sistema bancario (FMI, BM, BID), encadenando e imponiendo deudas impagables con fines de apropiación de sus recursos (petróleo, cobre, oro, etc.)

No en vano Francesco Petrarca, filósofo y poeta italiano, relacionó a 5 grandes enemigos de la humanidad como artífices de la gran tragedia: la avaricia, la ambición, la envidia, la ira y el orgullo. Si nos despojamos de ellos gozaremos de la más completa paz. 

Hoy la guerra de drones con ojivas nucleares y misiles hipersónicos capaces de maniobrar 5 veces la velocidad del sonido, son una realidad y una amenaza para la humanidad, que teme por el desenlace de la Tercera Guerra Mundial, con la constante de dos bloques antagónicos (Oriente y Occidente), que se pelean ideológicamente la supremacía del poder, terrible pestilencia que todo lo destruye.

Por Miguel Aroca Yepes.

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