Parte I
Casas, calles, parques y templos: escenarios antropológicos, sociológicos y religiosos que inevitablemente y por excelencia, llevan en su génesis esencial, propiciar el encuentro; espontáneo, libre, auténtico e incluso hasta sistemático.
Pero para suscitar el encuentro, es necesario, de dos elementos fundamentales: la palabra y la presencia. Porque sin palabra que convoca, evoca o provoca, jamás será posible que acontezca, un encuentro verdadero.
Así mismo, ¿qué fuerza tendría la palabra y el encuentro, si no existe una presencia real que las sustente, es decir, que les de peso como realidad subyacente?
La Casa, debe ser sobre todo “Hogar,” manteniendo viva la llama o encendido el fuego del amor entre sus miembros, esta afirmación no es fruto de mi imaginación, sino el resultado de volver al origen histórico y etimológico de ella.
Esta palabra proviene del vocablo latino focāris, derivado de focus, fuego en español. Siendo este el punto central de la casa y donde las familias hacen vida, se terminó llamando hogar también al lugar o casa donde residimos.
La familia, por razones tradicionales y de necesidad de luz y calor se congregaba entorno a él, es decir, “en torno al hogar”, sinónimo de pureza, vida y protección.
Sumergidos en el devenir de la historia, quisiera viajáramos a esos orígenes de nuestra civilización, cuando por las noches para combatir el frío, nos reuniamos frente al calor de ese fuego maravilloso; ante el hambre, el fogón era nuestra salvación; cuando el espesor de la noche caía como un manto indomable, esa hoguera lo devoraba con su ardor luminoso; ese mismo fuego ahuyentaba a los animales salvajes y peligrosos que nos acechaban.
¡Oh glorioso y bendito fuego!, cuyo dominio nos permitió como especie humana, iniciar la primera y gran revolución cognitiva, comunicativa y cultural que nuestra historia registre. Por ello, los anteriores son algunos ejemplos de las enormes ventajas que supuso el uso y control del fuego.
Podría decirse que sin él, nuestro linaje humano hubiera desaparecido, o por lo menos sería muy distinto a como lo conocemos en la actualidad.
Volviendo a nuestro presente, emerge inevitable una pregunta, ¿hemos perdido en nuestros hogares su esencia, su capacidad para encontrarnos, reconocernos, amarnos como somos, mirarnos a los ojos, compartir juntos las alegrías y tristezas, sueños y proyectos? ¿Hemos dejado a un lado la fuerza de la palabra y la presencia real que propicia verdaderos encuentros? ¿Será que el mal uso de los nuevos avances científicos y tecnológicos, especialmente, la Tv, la internet, los celulares, entre otros más, nos están llevando al abismo en el conocimiento, la comunicación y la cultura actual? ¿Nos encontramos o nos desencontramos más o menos en nuestra era? Necesitamos, volver al fuego, sí, al fuego del Amor a Dios y a lo demás, ese ha sido, es y será la hoguera que conserve nuestra humanidad por siempre.