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Carta de un libro a su lector

Querido lector:

Permíteme un segundo del tiempo, que quizás no existe, para decirte en el silencio de mis letras lo que soy; dame la oportunidad de mostrarme en la penumbra que se forja en cada cielo como esperanza del que siente con razón.

Tal vez, me veas, me sientas o me escuches como un libro que te encandile o te abrace con calor o frío, te susurre o te grite en el silencio con mi voz, pero siente lo que soy. Soy aquel que te da vida, soy la luz en tu oscuridad y que no necesitas de ojos para ver ni oídos para escuchar, para resumir, ningún sentido para sentir. Solo abre mi pecho y deja que de mi corazón emerjan uno a uno los latidos que te susurren y embriaguen, los aromas que calmen tus deseos y que la saciedad del alma, que igualmente expandes cuando me abres, se satisfaga con el manantial sereno de mis frases.

Que cada tilde existente en las palabras detonantes sea un martillazo que recuerden la construcción dentro de ti; que cada nube que se mueve y se esfuma con el viento provocado por el paso de una a una de mis hojas, sea el parpadeo de los ojos inocentes de la infancia, los recuerdos nostálgicos en el ocaso del anciano o la intensidad de la que se cree por siempre juventud.

Permíteme ser tu reino, de hadas y fantasía, de princesas y dragones, con vehementes emociones; que penetre en tus oídos como el bien para tu ser, si así tú lo prefieres, y en el rincón más hondo de tu pecho deja que labre como ave un nido, en donde, feliz, eternamente y escondido, trataré de habitarlo satisfecho, pues ahí existirán mundos que ni siquiera un dios ha hecho y si hay otros espacios, solo éste a ellos pido, para morar dentro de ti, como poesía o como cuento, o quizás como una novela que el final tú elijas, ante las circunstancias y personajes que escojas para caminar contigo.

Léeme para confirmar tu visión del mundo o para que la pongas en duda, no olvides que como los humanos también algunos somos buenos y otros somos malos. Hoy, también, algunos no huelen el aroma que despido y prefieren el destello de mis letras a través de una pantalla o el susurro como el viento que te habla en las entrañas. Sin embargo, hay otros que me rozan desafiando su crepúsculo rozando en sus tinieblas con firmeza los pequeños puntos que les hablan sin verme.

Ábreme sin miedo, con la mente tranquila o agitada y con el alma serena y embriagada, satisface la misma recorriendo el sendero que te muestro, desafiando los miedos y el desasosiego que tal vez reposa como un lago siempre lleno de tristeza, anhelando un sol ardiente para evaporar algunas lágrimas vertidas y limpiar los ojos del alma, para seguir navegando con claridad en los océanos de la Tierra y también de los cielos.

Te entrego mis hojas siempre abiertas para todos, te entrego mis palabras que se abren como venas vertiendo las letras como sangre serena, la misma que acaricia tus dedos, impregnando con su invisible tinta la desprevenida emoción que te causa hablar con quien me escribe.

Escucha, y llora con mi llanto, ríe con mis risas, siente mis miedos entre susurros de fantasmas e igual mis caricias de amante desenfrenado; comprende mi enojo y sueña conmigo mientras sueñas despierto con el vaivén de mis cantos. Seré verso si así lo quieres, seré tu ayuda si necesitas dar un paso, tu aliento ante el desencanto o la caricia que te acompañará en la soledad.

Y al final, no olvides si llegas hasta ahí, darme un abrazo con tus dedos, acariciarme con tus ojos y también con tus manos y, brindarme un largo suspiro que me acompañe, cuando en aquel espacio que destinas en tu librero se convierta ya en mi celda o tal vez en mi tumba y que algún día como un Lázaro, me despierte entre los muertos, porque quizás encuentre tus mismas u otras manos profanas, liberando o desenterrando lo que un día fui por ti.    

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Jairo Mejía Cuello: