Hace algunos años le escuché al inolvidable Moisés Perea leer el texto de una carta que él había redactado para los reyes magos, la cual tenía como protagonista a un niño de extracción humilde que anhelaba recibir los regalos que tradicionalmente se reciben en esa época. Así lo recuerdo:
“Queridos reyes magos, yo soy un niño muy pobre, de familia pobre pero muy bien educado y respetuoso. Soy un excelente estudiante, gané el año con las mejores calificaciones de mi curso y nunca le he dado dolores de cabeza a mis padres porque la verdad es que yo me porto muy bien; los vecinos de mi barrio me aprecian porque nunca he roto el vidrio de una ventana pateando bola y tampoco me he trepado a una cerca para robarme los mangos de un patio ajeno.
Voy a misa todos los domingos y el cura de la parroquia a veces me pone a recoger la limosna porque sabe que soy incapaz de quedarme con una moneda de a centavo, por lo tanto esperaba que el niño Dios, por ser yo tan correcto, tan educado, tan juicioso, tan estudioso y respetuoso me trajera los regalos que yo le pedí para esta navidad que acaba de pasar, como eran una bicicleta, y un vestido de hombre araña con pegante y todo, pero la verdad es que me siento desconchinflado y traumatizado con lo que él me trajo.
Nojoda, manda cascara el niño Dios al ponerme de regalo un par de medias, una bola de trapo y un pito. En cambio al hijo del cachaco de la esquina, que es un muchacho grosero, busca pleito, bien bruto porque perdió el año, que se roba los mangos y las naranjas de los patios ajenos, que anda con una honda matando los pobres pajaritos que llegan a los patios, que ha roto varios vidrios en el vecindario, que nunca va a misa, y hasta un día le mentó la madre al cura porque le dijo que entrara a la iglesia para confesarlo, a ese sí le trajo el niño Dios un carrito de control remoto, un balón igualito al que patea Messi cuando mete los goles y una bicicleta con sirena. Y el muy bellaco y desgraciado llega a la puerta de mi casa a decirme que el niño Dios mío, es un niño Dios corroncho y pobretón, que el de él sí tiene la tula.
Y la verdad es que a veces pienso que quizás el niño Dios equivocó la dirección porque creo que la bicicleta era para mí y no para ese malandrín.
Nosotros somos nacidos en un pueblo cerquita de Valledupar que se llama Guacoche, donde toda la gente es de color negrito, entonces les pido el favor que esta carta, mis queridos Reyes magos, Gaspar y Baltazar, no se la dejen ver a Melchor, porque me han dicho que siendo él negro es muy racista. Con toda seguridad, cuando se dé cuenta que les estoy pidiendo unos buenos regalos, me venga a salir con un caballito de palo, un trompo y unos boliches, ya que aún sigo soñando con la bicicleta que me negó el niño Dios”.
Por: Julio C. Oñate Martínez.