Por José Gregorio Guerrero
Cuando salgas victoriosa de esa habitación atiborrada de aparatos, me gustaría leyeras esta carta que no es más que un homenaje a las ganas de vivir y a la fe desmedida de una familia y de un pueblo entero.
Ese sábado cuando apenas iniciábamos labores encontré a tu padre en la recepción de cuidados intensivos con el alma echada atrás como cuando al tiempo pretenden arrebatarle los segundos sin ser contados.
Le alcancé a ver a través de la piel un corazón destrozado, pero a la vez una fe inmensa del tamaño de tus ganas de vivir que no me explicaba de donde le brotaba. Me contaba con su mirada húmeda y escondida para no dejarse ver de tu mami y hermanas, que tenías las horas contadas, que el donante de tus pulmones no había aparecido, y la regresiva cuenta solo daba un sinsabor a impotencia en medio de ese ambiente pétreo y frio.
No había nada que hacer, estaban entregados a la voluntad divina. No pasaron quince minutos cuando se recibe la milagrosa noticia que tus nuevos pulmones habían sido encontrados.
Disfruté la noticia como si te hubiese conocido años atrás, y a la vez un aire de dolor nos embargó al imaginarnos el dolor de la familia del donante, que por protocolo nunca se sabrá quien fue.
Te cuento algo Vane la imagen que guarda mi memoria cuando entró el doctor con tus nuevos pulmones en esa cava azul, fue la misma imagen del final de las películas americanas cuando el héroe en cámara lenta aparece con su trofeo entre manos.
Luego iniciaría el momento crítico, ya tú estabas en quirófano esperando ese regalo que te envió Dios, como importado del cielo, de la mejor marca, a tu medida y delineado por el más exclusivos de los diseñadores. Diez horas después regresa el desasosiego, tu corazón no arrancaba, fue un momento crítico, pero fue ahí donde la fe tomó la forma del más grande de los ciclones de los cinco mares juntos.
Regresaste a cuidados intensivos, mientras centenares de personas a través de las redes sociales se enteraron de la necesidad de tu escaso tipo de sangre y fueron llegando uno por uno, personas de todos los tipos, de todas las razas y edades, sin importar su clase social ni su profesión.
De todos los rincones de la ciudad llegaban, era algo inexplicable, ese ángel que te cuida sí que te ama, es ese mismo con el que tanto has hablado en tus profundos sueños, grande, de alas inmensas y blancas.
Hoy cuatro días después abriste los ojos, tu corazón es una máquina suiza, y late fino y fuerte con una capacidad sobrada de alimentar tus pulmones. De allí saldrás nueva, y con una labor inmensa. Óyeme bien, para muchos serás luz de esperanza.
Vendrás dotada de un kit único y divino para ayudar a muchos a creer que el poder de Dios no tiene límites. Vane, recuerda ¡eres la niña de sus ojos! bienvenida a la vida, acá te esperamos con el corazón abierto, y que rico poder contar contigo. Ah se me olvidaba, algún día me presentarás a tu ángel, no quiero llegar a viejito sin antes conocerlo. Un abrazo.