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Carta a mi amigo Yalil Muvdi

(Escribí estas notas tres días antes de su muerte y mi gran satisfacción a pesar del dolor sentido, fue comprobar que alcanzó a leerlas). 

Me gusta escribir sobre mis amigos y solo sobre sus actos buenos, ya que los actos malos, si existen, no tardan en conocerse; pero sobre ti, mi amigo, es precisamente sobre ti a quien me refiero, donde no hay, ni he visto actos malos, ya que tu vida la has dirigido con dignidad y amor tanto para con tu familia como para con tus amigos y tu comunidad.

Te quiero comentar que muchas veces en la vida he sentido miedo, miedo a la vida y miedo a la muerte, miedo a los enemigos baldíos y miedo a los enemigos de mis amigos, miedo a la suerte y al destino, pero me he convencido de que el miedo es inestable cuando se irradia en el cuerpo tratando de hacer temblar hasta los secretos, pero sí sé es inteligente, desciframos que tal estado de emotividad no existe en los hombres armados de bondad y rectitud.

Sé que tú no sientes miedo de ninguna clase, pues estás abrazado por las leyes de Dios, y tu religión y ascendencia te dan la fortaleza que invade de luces a la sabiduría de tus pensamientos.

Piensa siempre que has obrado con altura y de ti aprendí que la austeridad sin las restricciones de una vida sana y de caridad cristiana, abre caminos a la estabilidad; de ti aprendí que las cosas materiales son facilitadoras pero no determinantes y que el trabajo bien habido nunca causa desprestigio sino honra y dignidad; de ti aprendí en las charlas cotidianas que todas las religiones conducen a Dios, quien a la larga es el mismo desde los diferentes puntos de vista, si ese Dios está mimetizado en el bien humano.

Tantas cosas he logrado aprender de ti, mi buen amigo, que hoy desearía que las charlas se repitieran eternamente para seguir aprendiendo más y más.

Aprendí cosas alegres y entusiastas a través de nuestras reuniones cotidianas de diversiones en el sano juego de dominó, cuando nuestras habilidades manuales y mentales superaban lo normal para vencer al contrincante más avezado en este arte y así salíamos, después de cada jornada, orondos y orgullosos de nuestro dominio.

¡Qué bueno es tener buenos amigos!; es una de las razones de la vida en los años viejos, sobre todo, en los años viejos. 

Pero de lo más relevante que aprendí de ti: Es que no hay como una buena crisis para saber lo que es lealtad.

Qué bueno es tener una familia como la tuya, llena de amor y respeto por sus tradiciones y orígenes y amantes de la verdad.

Fíjate, que bueno es haber vivido toda una vida dentro de los dogmas de una sociedad sin prejuicios, manejando siempre la honradez.

Todas estas cosas, tú las has logrado sin lesionar a nadie. ¡Qué grande debes sentirte!

Esto me consuela porque frente a los males que tratan de dominarte, tienes las herramientas disponibles para vencerlos. ¡No te dejes vencer!

Tú has vencido todas las cosas que han podido afectarte, solo quiero que mires de frente a la muerte para que no te vea débil y sospechoso; pero si te vence, pues su decisión tal vez ya la tiene tomada, que sea por ley natural no por sus caprichos.

 ¡Todavía hay muchas cosas que hacer! Pienso que todavía faltan historias. Mis afectos de siempre y que Dios te bendiga.

PD: No podía resistirme por escribirte esta nota, como tampoco me resisto en firmarla a nombre de tus amigos queridos: Marcelo, Toño, Leo, José Aponte, Hilario, el profesor Socarras, el Negro Rois, Beto, José Celedón, Bernelis, Carlos Mario, Juancho Pinto, William Mardo… como   también  de aquellos que ya no están con nosotros.

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Fausto Cotes: