No podemos ir, ni mucho menos ostentar, que a cada fiesta que nos inviten seamos los protagonistas principales como suelen hacerlo los politiqueros con los principios y con la ética procedimental de los partidos o movimientos a los cuales pertenecen, y que, bajo su manto, arropados con la doble militancia o doble moral, como quieran llamarle, tomaron el vehículo que los hubo de llevar a las rectorías y posiciones políticas.
Aún no se han dado cuenta de las reacciones que a diario están volcando el sentimiento popular hacia lo que verdaderamente se quiere y se espera del escogido o elegido para tal o cual dirección del ejercicio democrático que se demande.
No se debe ir al baile de los rojos, azules, verdes o amarillos con camisa blanca mezclada con los colores mencionados para pescar los caprichos que acostumbran usar los hipócritas, para que bajo cualquier anzuelo ensartar beneficios personales y jugar en cualquier agua contra la sociedad del bien bajo la teoría del engaño.
En la escena política, este hecho de los bailes con disfraces de colores, se ha vuelto tan común, que la práctica les ha dado principio de normatividad, teniéndolos como herramienta de orden legal y ético, tanto así que, los grupos familiares, sociales y económicos lo toman como medio de defensa para proteger sus intereses y sin vergüenza alguna se visten de cualquier color para lograrlo y seguir viviendo de los procesos anormales como costumbre ya admitida.
Esas ideas políticas que marcaron a nuestros antecesores o ascendientes, basadas por lo buenos principios, hoy en día están mandadas a recoger, en donde la única ideología que sirve es la del bienestar fácil, sin el trabajo, y mucho menos sin el esfuerzo y placer que dan estos cuando se logran como medios no solo de existencia, sino de ayuda para un mundo mejor.
De acuerdo con las circunstancias, entonces, se escoge el color que más favorezca, aunque sea contrario a la moral y costumbres, ya que solo interesa es estar en la fiesta con los colores del carnaval en la que casi todo está permitido, y para que los actores resguarden su reputación deben cubrirse el rostro con antifaces y disfraces y jugar con varios equipos, abriéndole esperanzas al azar para que siempre les favorezca con los vientos del dinero y el poder, sin importar los medios, para que siempre las actitudes maquiavélicas jueguen un papel importante.
Hay que cuidarse de los caminos de odio. El odio de la izquierda o derecha, de rojos o azules, verdes o amarillos siempre tendrá el mismo matiz, pues estos colores están todos en su mayoría, manchados por los mismos vicios y costumbres, en donde el entorno no interesa, sino para utilizarlo como medio necesario para ganar a costa de lo inmoral los beneficios sobre los cuales amparan su “democracia”, que les lleva a invitar personas a sus fiestas, en donde con engaños convierten a sus parejas preferidas, de acuerdo con la aceptación que dentro de la sociedad se tenga, en medios de atracción popular, que deban ser usados como herramientas para ganar elecciones.
Cuando anda la moral perdida, sacar a los que están manchados para meter a los que quieren entrar se volvió un juego peligroso, donde la vida no vale nada, porque en este bazar, sobra dinero, sobra el juego de la calumnia y sobran los deshonestos; lo mejor sería asistir a las fiestas de un solo color y procurar no emborracharse de pasiones, y entender que ir con la frente en alto no significa estar de acuerdo, y cuando existen relaciones amigables tampoco se debe utilizar el desprecio, pero sin ser juez, es bueno usar de la crítica de la razón, aislada de las emociones que puedan dar lugar cuando somos débiles de espíritu para vestirnos con muchos colores.
Ni lo uno ni lo otro, hay que pensar en lo primario de nuestro mundo, el bien social; en la política sana siempre habrá tiempo para ello ya que las necesidades se multiplican con la pobreza y hay que salir a combatirla con la sensibilidad social que caracteriza a la mayoría de las clases políticas, esas que practican que la única educación gratuita consiste en enseñar, cuidar, resaltar y proteger los valores humanos dentro del marco de las virtudes.
Por Fausto Cotes N.